Saltear al contenido principal

Homilía del Domingo III de Adviento

“Juan vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo”.
Esta es la primera cuestión que les  planteó. Juan preparó el camino para que Jesús llegara. Nosotros, como católicos y discípulos de Cristo, tenemos la misión, por el simple hecho de creer en él como nuestro Salvador, de darlo a conocer a los demás, de transmitir la novedad que significa para el ser humano ser discípulo de Cristo. Si Juan lo hizo siendo testigo de la luz, asumamos la pregunta: ¿Soy yo testigo de la luz? ¿Puedo llegar a ser testigo de la luz?
Juan indica: hay que preparar el camino para dar a conocer a Jesús. ¿Y qué es lo primero que tenemos que hacer? Conocer a Jesús. De ahí la importancia de escuchar el Evangelio. Los Evangelios muestran el testimonio de vida de Jesucristo y sus enseñanzas, y luego las tenemos que dar a conocer.
Ahora bien, ¿cómo ser discípulo, testigo de la luz? Lo primero es que nosotros mismos experimentemos que, al caminar bajo esa luz del Evangelio, lo apliquemos en nuestra vida y experimentemos el cambio, que podemos percibir de bienestar, paz interior y tranquilidad ante todos los desafíos, que debamos afrontar. Quien tiene esa amistad con Jesús y pone toda su confianza en él, nunca lo perturbará ninguna situación, porque confiamos en que Dios nos acompaña y de alguna manera saldremos adelante. Sabemos que somos amados por Él y cuidados por Él, por eso hay que experimentarlo en la vida diaria.
¿Has experimentado caminar bajo la luz que Él te da? ¿Lo has tenido en cuenta? En ese sentido, el profeta Isaías ofrece algunos elementos en la primera lectura, ¿cómo podemos visualizar que sí estamos experimentando ser testigos de la luz y que en mi ambiente de vida ¿doy testimonio de quién es Jesús? Dice el profeta Isaías: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres».
Estoy seguro de que casi todos aquí presentes hemos recibido el sacramento de la confirmación. Recuerden ahí hemos recibido al Espíritu Santo, para que contemos con él en nuestra vida.
Por eso, las palabras del profeta Isaías, se hacen realidad al recibir este sacramento: el espíritu del Señor viene sobre cada uno de nosotros. ¿Y para qué lo recibimos? Dice el profeta Isaías: «Para curar a los de corazón quebrantado».

Seguramente, muchos de ustedes han tenido la experiencia de encontrarse con gente deprimida, con el corazón quebrantado, con heridas. ¿He sido testigo de la luz, es decir, he ayudado a esos corazones quebrantados a sanar, a recuperar su entusiasmo por la vida, a comprender que no todo está perdido? Tenemos que curar a los de corazón quebrantado, para eso es el Espíritu Santo, que está en nosotros, con nosotros y nos acompaña. No tengamos ninguna duda. Practiquemos las enseñanzas de Jesús de que vamos acompañados del espíritu de Dios.
La segunda característica es proclamar el perdón de los cautivos. Ustedes dirán: «Ah, se refiere a los que están en la cárcel». No, no solamente. Se refiere a todos aquellos que están cautivados, seducidos por el mal. Díganme si aquel que se droga no queda adicto, está cautivo de la droga. Aquel que se acostumbra a robar para poder comer, para poder darse un lujo, es adicto al robo y así sucesivamente. No pensemos que los cautivos son solo los encarcelados. Hay muchísimos más en nuestra sociedad que necesitan, como dice el profeta Isaías, saber que hay perdón para ellos, en vista de que conozcan esa luz de una nueva manera de vivir, una vida nueva. Y para eso hemos recibido nosotros al Espíritu Santo.
La tercera característica, confirmando el anterior, es dar libertad a los prisioneros y pregonar en el año de gracia del Señor. Se refiere a todo aquel que se sienta aprisionado por algo, ya sea el esposo por la esposa que no lo deja ser como quiere, o viceversa, los condicionamientos sociales, las situaciones vecinales. Todas esas son maneras de ser prisioneros, no de cárcel, sino de las relaciones humanas y condicionamientos entre sí. Para eso es el sacramento de la confirmación, para que tengamos esta fortaleza interior, esa certeza de que Dios va a caminar con nosotros.
¿Qué resulta si hacemos esta experiencia de vida con esa confianza? Resulta que vamos a adquirir una libertad interior extraordinaria, significa que yo siempre voy a decidir lo que voy a hacer; y las presiones que otros quieran influir en mí para que cambie mi forma de actuar o para inducirme a cosas que no serán buenas, yo tenga la firmeza para poder superar esas tentaciones. Esa es la libertad interior, y por eso, esa libertad de interior la necesitamos todos para poder experimentar el verdadero amor, el amor que Dios tiene como esencia de ser Dios Trinidad.
Estas expresiones y estas lecturas de la Palabra de Dios son porque estamos en el tercer domingo de Adviento. Dentro de una será el cuarto domingo de Adviento. Y por la noche será la Nochebuena, y luego la Navidad, el lunes 25. Estamos a

una semana para recordar que Jesús vino al mundo como luz para orientar nuestra vida, para eso se encarnó. Por eso estas lecturas y conducen a lo que expresa San Pablo en la segunda lectura: “hermanos, vivan siempre alegres”, oren sin cesar dando gracias en toda ocasión porque el Espíritu Santo es un regalo de Dios que nos ofrece a nuestro propio espíritu: “no impidan la acción del Espíritu Santo ni desprecien el don de la profecía, pero sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno. Absténganse de toda clase de mal. Vivan siempre alegres porque aquel que los ha llamado es fiel, nunca nos va a fallar. Es fiel y cumplirá su promesa”.
Que el Señor nos dé esta alegría inmensa, que la liturgia de este domingo nos recuerda. decirnos, quiere recordar. Ahora que estamos aquí, en la casita sagrada, pidamos a nuestra madre, que así como ella aprendió a ser una buena discípula y a vivir las enseñanzas de Jesús, a nosotros también nos acompañe y nos ayude, y que su tierno amor sea para nosotros el mejor aliento para seguir adelante siendo buenos discípulos de su hijo Jesucristo.
Madre nuestra María de Guadalupe, al llegar a este tercer domingo del Adviento, te pedimos que nos ayudes a desear la venida de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y a decidirnos a transmitir, mediante nuestro testimonio de vida, que Cristo camina y vive en medio y a través de nosotros.
Danos el ánimo y la necesaria convicción de que somos discípulos de tu Hijo, discípulos de Jesús, y por ello, debemos dar a conocer a nuestro querido Maestro a todos los hombres de buena voluntad, a todas las personas. Tomemos conciencia de que necesitamos conocer y meditar más en tu Hijo, leyendo y meditando los Evangelios.
Invocamos tu auxilio por todas las familias de nuestra patria querida, para que encontremos los caminos de reconciliación y logremos la paz en el interior de cada familia y en la relación entre ellas, en las vecindades, conjuntos habitacionales y departamentos, así como en nuestra manera de comportarnos al transitar por las calles y los comercios.
En particular, en este día en que el Papa Francisco cumple un año más de vida, te pedimos que lo fortalezcas y lo acompañes en su ministerio pontificio. Ayúdanos a responder a su llamado para que fortalezcamos nuestra aspiración de ser una Iglesia sinodal, y escuchemos habitualmente la Palabra de Dios, y a través de esa escucha, discernir la voluntad de Dios Padre para ponerla en práctica.

Todos los fieles aquí presentes este domingo nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.

Volver arriba
×Close search
Buscar