Homilía Domingo III de Pascua – Cardenal Carlos Aguiar Retes. 14 de Abril de 2024
Homilía Domingo III de Pascua.
“Mientras hablaban de esas cosas, Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La
Paz esté con ustedes”.
En el encuentro en que como hermanos compartimos las cosas de Jesús, sus
actividades, sus enseñanzas, su misericordia, y nos abrimos a nuestros miembros de
familia, a otros amigos, a otros grupos apostólicos para contar nuestra experiencia de
vida, y transmitir lo que hemos vivido como discípulos de Jesucristo, no lo duden:
Jesús se hace presente.
Esto acontece también en la Eucaristía. Estamos escuchando estas lecturas, abrimos
nuestro corazón, nuestra mente, y Jesús se hace presente no sólo en este misterio
hermosísimo de la lectura del Evangelio de hoy, Jesús se quedó a comer con con sus
discípulos. También él hoy se hace presente en la hostia consagrada y en el vino
consagrado. Está en medio de nosotros, por eso venimos a misa y por eso la Iglesia
nos pide, al menos los domingos, encontrarnos como hermanos para encontrarnos con
Jesús.
Y qué pasa, qué les pasó a los discípulos que estaban ahí reunidos. Dice el evangelio
de hoy: ‘Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras’.
No se necesita ir a una Universidad, no se necesita necesariamente a un hombre
docto, en medio de nuestras conversaciones. Lo que se necesita es la fe de saber que
cuando compartimos nuestra manera de entender la Palabra de Dios, y nuestra
conducta manifiesta eso que leemos o meditamos, entonces, Dios nos está dando la
inteligencia necesaria para ver qué es lo que debo hacer en lo concreto del día a día,
con las dificultades y con las facilidades, con las potencialidades y con las limitaciones
propias de cada uno de nosotros. Jesús nos está auxiliando así constantemente.
¿Para qué nos auxilia, dice el texto? Para que demos testimonio. ¿Testimonio de
qué? De predicar, de transmitir a los demás nuestra experiencia de católicos, de
discípulos de Cristo, de Iglesia en nuestra Parroquia, en nuestra Diócesis, en nuestros
grupos de movimiento de apostolado, etcétera. ¿Y para qué transmitimos eso, según el
Evangelio de hoy? Para que quienes nos escuchen, se conviertan, sabiendo que si
cometemos algún pecado, acudamos para recibir misericordiosamente el perdón.
Jesús a sus discípulos les dice: “Ustedes son testigos de esto”. Es decir que
Jesús resucitó. Si nosotros vivimos la experiencia de escuchar juntos la Palabra
de Dios y percibir la acción de Dios en nuestras vidas, también seremos testigos
de que “Cristo Vive”.
El Apóstol San Juan afirma en la segunda lectura: “El que dice, yo lo conozco pero no
cumple sus Mandamientos, es un mentiroso. Y la verdad, no está en él”. Así que
atención, no tenemos que presumir lo que no hemos hecho, no debemos exigir a los
demás lo que nosotros no hemos cumplido. Y como afirma el refrán: del dicho al hecho,
hay mucho trecho. Pero si seguimos a Jesús como Camino, Verdad y Vida, lograremos
esa indispensable coherencia entre la palabra y la acción.
Es pues necesario encontrarnos, porque ahí podremos ayudarnos y corregirnos unos a
otros. Hoy día a nadie le gusta que lo corrijan, reaccionamos inmediatamente de forma
negativa, porque creemos que nos están culpando o que están avergonzándonos. Si
somos hermanos y realmente nos aceptamos como tal, debemos también advertir al
prójimo cuando ha cometido algo incorrecto. Es una ayuda para él. Ya que muchas
veces nosotros mismos no nos damos cuenta que nos equivocamos. Entonces, el
encuentro de hermanos en la fe, nos facilita ser coherentes, pasar del dicho al hecho.
Finalmente, en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, afirma el apóstol
Pedro: “Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes han obrado por ignorancia”.
Efectivamente, cuando hacemos algo mal, pero no teníamos conciencia de ello, no
debemos preocuparnos, lo hicimos por ignorancia, aunque hayamos hecho lo
incorrecto. Pero: “Arrepiéntanse y conviértanse”. O sea, nos puede pasar una vez, nos
puede pasar dos veces, pero si no tomamos conciencia de que nos equivocamos,
vamos a seguir una y otra vez equivocándonos. Por eso, San Pedro dice con toda
claridad, arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen sus pecados. Y,
¿qué significan estas dos palabras? Arrepentirse es reconocer lo que hice mal. Y
convertirse, es enderezar mi conducta para ir por el camino del bien. La corrección para
eso sirve, es muy útil. Por ello nos necesitamos unos a otros porque a veces hacemos
cosas de buena fe, pero con mal resultado, porque no tuvimos la prudencia de advertir
lo que realmente el otro o la comunidad necesita.
Por tanto, el frecuente diálogo como hermanos en la fe nos ayuda a vivir la práctica del
bien. Así fue con los primeros discípulos. Así ha sido a lo largo de estos 21 siglos con
los católicos cuando actuamos como vivieron los apóstoles. Jesús camina con
nosotros, Jesús está a nuestro lado, aunque no lo vemos pero lo percibimos. El Espíritu
Santo, que acompañó a Jesús toda la vida, nos acompaña a nosotros en el interior de
nuestra persona. Así descubriremos que logramos mayor firmeza, mayor fortaleza para
realizar las cosas según la Palabra de Dios, y también mayor esperanza.
Hoy día padecemos muchísimas adversidades como sociedad, como país, como
mundo. Están peleando unos con otros, están seducidos por tener poder y dominar a
los demás, sea un país con otro país, sea al interior del mismo país, sea al interior de la
sociedad. Nosotros, los católicos, debemos dar el testimonio contrario: Estoy para
ayudarte, estoy para hacer un hermano fraterno y solidario, que sabe darte la
mano cuando más lo necesitas.
Por ello, al menos los domingos escuchemos y hagamos nuestra la Palabra de Dios,
abriendo nuestro corazón, y entremos en comunión con el Señor de la Vida, que se nos
ofrece en la Eucaristía. Valoremos la Misa como el primer punto de referencia para
encontrarnos como la comunidad de los discípulos de Jesús, y a través de nosotros,
llevar a Cristo para darle vida a nuestra Iglesia en el mundo de hoy.
¿Quién pudo hacer eso todo bien? María. Y por eso vino aquí a esta colina del
Tepeyac. Pidámosle en un breve momento de silencio, que nos ayude a ser buenos
discípulos de Jesús, como lo fue ella, buena discípula, y ahora buena maestra, buena
madre:
Tu madre querida, motívanos para reunir y compartir nuestras experiencias de
encuentro espiritual con Jesús, como lo hicieron los primeros discípulos de tu hijo en
Emaús.
Que esos encuentros nos fortalezcan para afrontar juntos toda adversidad, injusticia,
enfermedad y sufrimiento, y podamos salir adelante, habiendo aprendido a ser
hermanos solidarios.
Ayúdanos a recordar siempre que Dios es amor, y a capacitarnos para descubrir que el
Espíritu Santo nos acompaña, nos auxilia y nos fortalece para afrontar con esperanza
las adversidades, al igual que tú lo hiciste al acompañar a tu hijo Jesús durante toda su
vida, tanto en los momentos más dolorosos del Calvario como en los gozosos de la
Resurrección.
Con gran confianza, también encomendamos al Papa Francisco en tus manos,
fortalécelo y acompáñalo en su ministerio pontificio. Ayúdanos a responder a su
llamado para renovar nuestra aspiración a ser una Iglesia sinodal, donde aprendamos a
escucharnos, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitir esa
experiencia a nuestros semejantes.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino
como signo de salvación y esperanza. ¡Oh clemente, o piadosa, o dulce Virgen María
de Guadalupe! Amén.