¿Qué está primero, la ley o el ser humano? Homilía del Cardenal Carlos Aguiar, 02 de Junio de 2024
¿Qué está primero, la ley o el ser humano?
“El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del Hombre también es dueño del sábado”.
Con estas palabras respondió Jesús al señalamiento de los fariseos, quienes le preguntaron: ¿Por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado? Jesús, no sólo por su autoridad, que la tenía, sino también por la misma Historia de la Salvación, asume la respuesta citando a David, cuando venía de la guerra con sus soldados hambrientos.
Jesús afirma: ¿No han leído acaso lo que hizo David una vez, que tuvo necesidad y padecían hambre él y sus compañeros? ¿Cómo entró en la Casa de Dios y comió de los panes sagrados que sólo podían comer los sacerdotes? Es decir, ¿qué está primero, la ley o el ser humano? Evidente que las leyes son para respetarlas, están hechas pensando en la convivencia social, porque respetando esas leyes se facilita la relación y la conducta de cada uno de nosotros en relación con los demás. De ahí su importancia. Por tanto, no es que Jesús afirme: Las leyes, ni se preocupen de ellas, no las guarden; No. Lo que está diciendo es que en cada caso, en cada situación particular, debe de haber un discernimiento para aplicar la ley ante circunstancias especiales y concretas.
Voy a poner otro ejemplo muy actual: Si una persona anciana, que vemos que llega con dificultad y ya no hay lugar para que se siente, yo creo que todos entendemos que los más jóvenes, e incluso no tan jóvenes, al ver esta situación, se levantarán y cederán su asiento para la anciana. Es decir, no va a decir: «No, yo llegué primero y por ningún motivo me voy a levantar de aquí».
Esta es la forma como Jesús enseña a sus discípulos a que hagan siempre el discernimiento oportuno para aplicar la ley. Porque de lo contrario, si somos rígidos y la ley está por encima de todo, entonces, ¿qué sucede? Se las ingenia el ser humano para torcer la ley en favor de lo que él quiere que se realice, buscar argumentos aquí y allá con tal de no aceptar esa ley.
Por eso, este primer elemento del Evangelio es tener siempre en cuenta, que debemos discernir y reflexionar sobre las circunstancias que nos va tocando afrontar en la vida y aprender a buscar por encima de todo el bien, de quien está en una situación apremiante. Este es el primer punto.
El segundo punto, está en la afirmación del apóstol San Pablo a los Corintios, sobre la capacidad de discernir, es un tesoro que Dios ha sembrado en nuestro corazón para dar cauce a la bondad, la misericordia, y la compasión por el necesitado: Recuerden que “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos”. Porque puede gestarse en la persona cuando realiza el bien a los demás, como suele suceder en muchas ocasiones en el fondo de su corazón, lo que está buscando es el reconocimiento y el honor, que los demás se den cuenta para hacer de ella una autoridad ante los otros. Ahí se tuerce de nuevo la intencionalidad.
Por eso la recomendación de San Pablo: Acordémonos siempre, somos frágiles vasijas de barro, llevamos un tesoro en nuestras manos y en nuestro propio espíritu, particularmente cuando hemos caminado para ponerlo siempre en relación con el Espíritu Santo, entonces nuestro interior se fortalece enormemente y sin pretenderlo nosotros desarrollaremos la actitud maravillosa de la misericordia, de la caridad, de la compasión interna que mueve nuestro interior para realizar un auxilio a los demás al estilo de Jesús.
Y finalmente, el libro del Deuteronomio, recuerda que somos esas vasijas de barro que necesitan buen cuidado y descanso para luego servir. En la primera lectura, el Señor dice: “Santifica el día sábado como el Señor, tu Dios, te lo manda. Tienes seis días para trabajar y hacer tus quehaceres, pero el séptimo es día de descanso”. Si recordamos siempre nuestra fragilidad humana, entenderemos que cuando descansamos retomamos fuerzas, amanecemos de mejor humor y estamos muy contentos de hacer lo que debemos hacer. Pero hay de aquel que no pudo dormir en la noche, porque al día siguiente, si tú lo molestas o le pides algo, quién sabe cómo te vaya a responder.
Por eso, sabiendo Dios del barro del que somos hechos, pide un día de descanso a la semana. Para el pueblo de Israel le presentó el sábado porque en el libro del Génesis dice que cuando creó Dios el mundo, el séptimo día, que era el sábado, descansó. Y por eso el pueblo de Israel, en base a esa Palabra de Dios, asumió el sábado como el día de descanso.
La Iglesia católica, después de la Resurrección de Cristo, que fue en domingo, es el día que le da consistencia y fortaleza a nuestra fe, el día para celebrar ese maravilloso regalo que Dios nos hace de saber, qué es lo que va a suceder de nosotros cuando muramos, conocer que nos está preparando una morada allá en su casa. Pues entonces, hay que celebrarlo: descansando y asistiendo a misa, como están ustedes aquí. Es decir, recordar todo lo que nos espera, celebrándolo y al mismo tiempo disponiendo de un tiempo para descansar.
Aquellos que lamentablemente por cuestiones laborales no pueden descansar el domingo, la Iglesia siempre les ha recomendado: tomen otro día, pero tomen descanso. Porque si no, se van a volver frenéticos del trabajo, van a enamorarse del mismo y se van a agotar en su capacidad de tener buenas relaciones con los demás. Por ello, podemos expresarle en gratitud a Dios esta reflexión que hoy nos proporciona en las lecturas de la Palabra de Dios. Les propongo lo que en el salmo cantábamos respondiendo: El Señor es nuestra fortaleza, en Él ponemos nuestra alma y corazón y por eso procuramos estar con Él aquí los domingos.
Ahora, quien cumplió perfectamente todo esto: fué María. Y María, especialmente para nosotros en esta hermosísima Visita que nos hizo, entenderá todos nuestros anhelos como buena madre. Por eso me permito invitarles a ponernos de pie, abrir nuestro corazón a Nuestra Madre, y suplicarle por aquellas preocupaciones, que en estos días nos tienen agobiados, cansados, fatigados. Vamos, pues, en un momento de silencio a ponernos delante de ella y luego expresarle una oración:
Tu Madre querida, eres un ejemplo y fuerte testimonio del amor del “verdadero Dios por quien se vive”. Por eso has venido a nuestras tierras para mostrarte como madre tierna y cercana, que está siempre dispuesta para escucharnos y auxiliarnos en nuestras diversas necesidades.
Necesitamos Madre, tu auxilio para continuar abriendo nuestro corazón a la luz de la Palabra de Dios, y compartiendo en familia o en pequeña comunidad, las enseñanzas de tu Hijo Jesús, y así facilitaremos, que los niños, los adolescentes y los jóvenes, descubran, valoren y asuman su condición de discípulos de Jesucristo, y miembros de la Iglesia Católica.
Ayúdanos a descubrir que somos amados por Dios Padre, y aprendamos a desarrollar la espiritualidad necesaria para suscitar la esperanza en un mundo mejor, y para ejercitar la Caridad en favor de nuestros prójimos, especialmente en los pobres y vulnerables, en los alejados y distanciados.
Intercede por nosotros ante tu Hijo Jesús, para que envíe el Espíritu Santo y nos guíe y acompañe para promover la Esperanza y la Caridad en nuestro fieles. Así podremos ser una Iglesia Sinodal Misionera, que dé testimonio veraz de que la Paz social que anhelamos es posible.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén.