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“Muchas Tribulaciones Pasa El Justo, Pero De Todas Ellas Dios Lo Libra”.

“Muchas tribulaciones pasa el justo, pero de todas ellas Dios lo libra”. • Homilía XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Cardenal Carlos Aguiar Retes – 25 agosto 2024

Muchas tribulaciones pasa el justo, pero de todas ellas Dios lo libra”.

Esto que expresa el salmo que escuchábamos, es la experiencia narrada en la primera lectura. Habiendo atravesado el Mar Rojo y cruzado el desierto del Sinaí, el profeta Josué, sucesor de Moisés, renueva la alianza de Dios con el pueblo de Israel. En efecto, la travesía para llegar a la Tierra Prometida ha sido un aprendizaje para descubrir que las adversidades y tribulaciones vividas fueron superadas por la ayuda de Dios.

Esta experiencia generó en el pueblo la convicción de servir al Señor, como lo hemos escuchado en la primera lectura cuando Josué le dijo al pueblo: “Digan aquí y ahora a quién quieren servir”. Y el pueblo respondió: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Él fue quien nos sacó de la esclavitud e hizo ante nosotros grandes prodigios. Nos protegió por todo el camino y en los pueblos por donde pasamos. Por ello, nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios”.

Muchas veces recibimos la fe desde niños, sobre todo quienes venimos de familias católicas; pero la convicción de la importancia de esta fe recibida, como un regalo inesperado en la infancia, debe ser confirmada con la experiencia en la presencia de Dios. Y esa es la necesidad de todo discípulo de Cristo: aprender a descubrir y percibir cómo Dios nos auxilia para superar los conflictos, los problemas y las situaciones más adversas, que enfrentamos en la vida.

Por eso, teniendo en cuenta estas experiencias del pueblo de Dios, del pueblo de Israel, hoy también Dios nos invita a renovar nuestra fe y confianza en Él. Cada uno de ustedes, ¿qué le responde al Señor? ¿Por qué están aquí en esta misa? ¿Para qué han venido a esta Eucaristía dominical? Es porque Él se ha manifestado de alguna manera a ustedes. Por ello, también a nosotros nos invita el salmo: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”. Tú también confía y asume en tu vida las enseñanzas de Jesucristo, y podrás amarlo y servirlo en tus hermanos, como pide San Pablo en la segunda lectura: “Hermanos, respétense unos a otros por reverencia a Cristo”.

¿Por qué dice esto San Pablo? Por reverencia a Cristo. Quiere decir que si amamos a Cristo, por este amor a Él, que dio la vida por nosotros, que nos ayuda a salir adelante, que nos muestra el camino a seguir, por esa experiencia, también debemos descubrir en el otro la presencia de ese mismo Dios que me ayuda a mí. Por eso es necesario ese respeto de unos a otros.

San Pablo se refiere a la relación de esposo y esposa, de marido y mujer, de familia. Allí es la cuna del amor. Si el esposo ama a su esposa como Cristo ama a su Iglesia y da la vida por ella, allí está ya construida la cuna para el aprendizaje del amor para los hijos, para la familia, e incluso para la vecindad; y para nuestra sociedad, que tanto necesita de esta reconciliación y de la búsqueda del bien común. Lo podremos lograr, obteniendo así la paz en nuestra patria.

Por eso es bueno preguntarnos: ¿A quién queremos servir? La pregunta hoy es para nosotros. Y eso mismo, en el Evangelio lo remarca Jesús cuando les dice a los judíos: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Entonces, muchos discípulos de Jesús dijeron: “Esto este modo de hablar es intolerable. ¿Quién puede admitir esto?”. Pensaban en el alimento del cuerpo, pero Jesús estaba hablando del alimento del espíritu, que le da vida a nuestro cuerpo.

Por ello, muchos, dice el Evangelio, escandalizados, abandonaron a Jesús. Hoy también a nosotros nos pregunta Jesús, como les preguntó en ese momento a los 12 que quedaban con Él: “¿También ustedes quieren dejarme?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios”.

Asumamos esta respuesta de Simón Pedro y digámosle aquí a nuestra madre, María de Guadalupe, que tanto amamos, que queremos ser como ella, que también le dijo al ángel: “Que se haga como tú me lo dices”. Que nuestra vida esté siempre en relación con la enseñanza de Jesús, para que seamos, como ella lo fue, buenos discípulos de Cristo. Nos ponemos de pie y vamos a expresar nuestros sentimientos, nuestra respuesta personal a ella, expresándole en un breve momento de silencio, que amamos a su hijo Jesús:

Madre nuestra, María de Guadalupe, tu que fuiste una mujer sabia, que actuó siempre con prudencia, preguntando a tu hijo Jesús siendo un niño, por qué se quedó en el templo de Jerusalén; y aceptando sus respuestas, aunque de momento no las comprendieras; ayúdanos para que también nosotros aprendamos a confiar y asumir las enseñanzas de tu querido Hijo Jesús; no obstante vivamos experiencias difíciles e inesperadas, que no sepamos explicarnos porque han sucedido.

Tu Madre querida, experimentaste en la obediencia a Dios, y viviste en plenitud, que tu Hijo Jesús es la Encarnación del Amor, camino para descubrir al “verdadero Dios por quien se vive”. Por eso pedimos también tu intercesión para que aprendamos a respetarnos unos a otros por reverencia a Cristo, que amó a su Iglesia hasta dar la vida por ella. Anímanos con tu cariño y comprensión de Madre a vivir y renovar nuestra convicción de ser fieles discípulos misioneros de tu Hijo Jesús; y siempre responderle como miembros del pueblo de Dios: nosotros serviremos al Señor porque él es nuestro Dios.

Auxílianos para tener siempre presente, que debemos participar cada Domingo de la Eucaristía, y alimentarnos con la presencia de tu Hijo: “Pan vivo que ha bajado del Cielo”, para fortalecer nuestro espíritu y ser capaces de descubrir la presencia del Espíritu Santo en la cotidianidad de nuestras vidas, y caminemos bajo la luz de la Fe hacia la casa del Padre, dando testimonio con nuestra conducta.

Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe! Amén. 

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