“Caminaré en la presencia del Señor”. · HOMILÍA XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CARDENAL CARLOS AGUIAR RETES – 15 DE SEPTIEMBRE 2024
“Caminaré en la presencia del Señor”.
Así hemos cantado en el salmo como respuesta a la Palabra de Dios. ¿Qué significa
caminar en la presencia del Señor? Caminar en la presencia del Señor es hablar con
Él, como vimos que Pedro y los discípulos hablaban con Jesús.
Pero nosotros, ¿cómo podemos hablar con Él? Tenemos que poner en sus manos
nuestros proyectos, nuestras buenas obras o nuestras dudas sobre qué hacer ante
tales o cuales circunstancias, y discernir a la luz de su palabra cuál de esos proyectos
es su voluntad y cómo llevarlos a cabo. Esto es precisamente aprender a orar.
Debemos pasar de invocar a Dios solamente con oraciones ya aprendidas desde
niños, que siguen siendo un recurso válido, desde luego, para nuestra devoción, pero
tenemos que transitar hacia una oración en la que escuchemos su palabra, veamos
nuestra conducta y la confrontemos con la palabra de Dios, para discernir qué debo
hacer ante las circunstancias en las que me siento en duda sobre cómo actuar.
Entonces es cuando empiezo a orar y a poner toda mi confianza en Él. Esto es
precisamente aprender a orar. Experimentaremos así, lo que afirma el profeta Isaías en
la primera lectura: “Cercano está de mí el que me hace justicia. ¿Quién luchará contra
mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi
ayuda, ¿quién se atreverá a condenarme?”.
Estas expresiones del profeta Isaías reflejan a personas con una espiritualidad fuerte,
bien asentada, que no temen la adversidad ni los problemas, porque saben que
cuentan con Dios y que, de alguna manera, saldrán adelante. Por eso son tan
afirmativas las palabras del profeta.
Eso significa caminar en la presencia del Señor: a medida que enfrentamos una
primera experiencia difícil y la sabemos llevar caminando con el Señor, las demás
veces que se presente la adversidad, la confrontación o la complejidad, seremos más
capaces de enfrentarlas conforme a la voluntad de Dios.
Este es el crecimiento espiritual que necesitamos como discípulos de Cristo para
enfrentar este mundo lleno de polarización, contrariedad, agresiones, injusticias, etc. Y
por eso hemos escuchado al apóstol Santiago en la segunda lectura decir que es
necesaria la coherencia entre el decir y el actuar, lo cual garantiza la ayuda divina en
nuestro caminar.
Así lo afirma el apóstol Santiago: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo
demuestra con obras? Y efectivamente así pasa con la fe: si no se traduce en obras,
está completamente muerta. Aunque diga yo que tengo fe, si no se ve en mis obras,
en mi conducta y en mi relación con los demás —fraterna, solidaria, subsidiaria—,
entonces mi fe está muerta, y hay que resucitarla.
Por eso es bueno preguntarnos, como lo hizo Jesús con sus discípulos: ¿Quién dice la
gente que soy yo? Es importante conocer cómo está el ambiente en el que nos
movemos, cuál es la percepción de los demás. Es interesante descubrir quiénes van
caminando como nosotros lo hacemos, quiénes van acordes a nuestra fe, porque así
nos hacemos más fuertes.
No es lo mismo que yo estuviera celebrando la misa con dos o tres personas, que
celebrarla con todos ustedes, porque sé que vienen aquí buscando vivir la fe en
Jesucristo, buscando crecer y descubrir quién es Jesús para ustedes. Esto me
conduce a aceptar mi propia cruz.
Todos llevamos una cruz. La vida no es fácil, tiene sus alegrías, sí, pero también
tiene sus penas y aflicciones. Esa es nuestra cruz, y debemos saber llevarla para
convertirnos en fieles discípulos de Jesucristo.
Eso fue lo que Jesús les dijo a sus discípulos cuando Pedro, al escuchar que Jesús
debía sufrir, exclamó: “No, Señor, eso no puede pasarte a ti, tú eres el Mesías”. Pedro
pensaba en un mesías triunfante, un rey al estilo de los reyes de la época.
Jesús entonces le advirtió: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque no juzgas según Dios,
sino según los hombres”. Y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá,
pero el que la pierda por mí y por el Evangelio, la salvará”.
Debemos advertir cuáles son los caminos concretos que Dios nos pide recorrer, y no
tratar de justificar aquellos que obedecen a nuestro propio interés. Esto es
fundamental para no caer, como Pedro, en el error de pensar solamente en nuestra
ideología personal o en aquello que nos resulta más cómodo. Por eso venimos a misa,
para escuchar la palabra de Dios que nos orienta en nuestras decisiones cotidianas.
¿Y quién fue una fiel discípula de Jesucristo siguiendo todos estos consejos? María.
Por eso estamos aquí, por eso nos gusta venir con ella. Abrámosle nuestro corazón y
digámosle: Aquí estoy, Señora, Madre mía. Ayúdame a seguir a tu Hijo y a ser un
fiel discípulo, como tú lo fuiste. Nos ponemos de pie para, en un breve momento,
hablarle a ella desde nuestro corazón:
Madre nuestra, María de Guadalupe, tu que fuiste una mujer obediente, que confiaste
siempre en el amor de Dios, y por eso supiste siempre responder con prudencia y
plena fidelidad a lo que Dios Padre te fue pidiendo, aunque desconocías el cómo,
lo aceptaste por ser voluntad divina.
Ayúdanos para que también nosotros aprendamos a responder positivamente a la
voluntad divina, descubriendo lo que el Espíritu Santo haya sembrado en nuestro
corazón, y confiando en su acompañamiento.
Anímanos con tu cariño y comprensión de Madre para vivir y transmitir a nuestros
semejantes la importancia de ser coherentes como tú lo fuiste, expresando con
nuestra conducta, lo que predicamos con la palabra.
Tu Madre querida, experimentaste en la obediencia a Dios, y viviste en plenitud, que tu
Hijo Jesús es la Encarnación del Amor, camino para descubrir al “verdadero Dios por
quien se vive”. Auxílianos para descubrir la importancia de participar cada Domingo
de la Eucaristía, y alimentarnos con la presencia de tu Hijo: “Pan vivo que ha bajado
del Cielo”.
Intercede por nosotros ante tu Hijo, para que envíe el Espíritu Santo y nos guíe, nos
acompañe, y nos ilumine para que caminemos bajo la luz de la Fe hacia la casa del
Padre, dando testimonio con nuestra conducta, y transmitiendo a los demás la
necesidad de cuidar nuestra casa común.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino
como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen
María de Guadalupe! Amén.