Homilía Cardenal Carlos Aguiar Retes, 19 de enero 2025
“Por amor de Sión no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré”. (Isaías 62:1) Con estas palabras, el profeta Isaías en la primera lectura nos recuerda que Dios actúa por amor, porque Él es amor. Esa es la naturaleza divina de la Trinidad: tres personas distintas —Padre, Hijo y Espíritu Santo— que se entienden perfectamente, pero son diferentes en sus maneras de actuar. Sin embargo, son un solo Dios porque su naturaleza es el amor.
Ahora bien, nosotros recordamos, nos dice el libro del Génesis, que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Por eso, el mismo profeta al final afirma con toda claridad: “Como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo”. Es decir, ese amor que se genera entre la diferencia del varón y la mujer, ese amor es imagen y semejanza de Dios. Por eso, los hijos, cuando nacen en el matrimonio, son una bendición de la unidad de papá y mamá. Esta es la imagen y semejanza de Dios, esa es su naturaleza.
Consideremos también lo que nos dice la segunda lectura: que hay diferentes dones, y en esos dones debemos aprender a desarrollarlos a lo largo de nuestra vida. Así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son distintos, cada uno de nosotros tiene distintas habilidades. Algunos son buenos para la carpintería, otros para los servicios manuales, otros para la ingeniería, etc. No debemos competir entre nosotros, sino complementarnos, como lo hacen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ahí está el arte de una sociedad que va generando la imagen y semejanza de Dios.
Cuando esto ocurre, cuando ponemos de nuestra parte lo que Jesús nos enseña en su evangelio, es decir, esta doctrina de cómo convivir y compartir estos diferentes dones, entonces la sociedad vive en comunión. Se acaban las guerras, los conflictos, las discordias y las envidias, porque cada quien está consolado con lo que recibe y lo pone al servicio de los demás, y recibe a su vez el beneficio de lo que los demás realizan.
Bien, no siempre es fácil, ¿verdad? Pero el evangelio también nos da otra luz. Cuando vemos cómo María le dice a su hijo Jesús: “¿Ya te fijaste, Jesús? Ya se les acabó el vino. El vino alegra el corazón del hombre; para eso lo creó Dios, para alegrar el corazón del hombre. Ya se les acabó la alegría, ya se les acabó el entusiasmo.
La intervención de María, ayudando a este matrimonio que celebraba las bodas en Caná de Galilea, es un ejemplo y testimonio de que también nosotros necesitamos ayudar a los demás cuando veamos que el otro está necesitado de algo. Debemos decirle a quien pueda ofrecerle asistencia de vida: “Él necesita que tú le ayudes, levántalo, dale la mano, acércalo, consuélalo”, según las diferentes circunstancias que vivamos. Eso fue lo que hizo María, y Jesús atendió su ruego. Eso vino a hacer nuestra Madre María de Guadalupe: hacernos saber qué necesitamos, porque no venimos aquí solo de visita turística, sino para pedirle a nuestra Madre su intercesión en lo que necesitamos.
Y María le dice a su Hijo: “Mira lo que necesitan”. Jesús, entonces, les da un mejor vino, es decir, les da mucho más de lo que esperaban, de manera inesperada y sorprendente.
No sabemos nunca de qué manera actúa Dios en nuestra historia ni en la historia de los demás, pero sí debemos tener una fe firme de que María intercede por nosotros, y que su Hijo Jesús actúa en nombre del Padre y del Espíritu Santo, para que caminemos por la vía correcta, la que nos muestra el camino hacia la casa del Padre. Allí nos esperan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no para un ratito, no para 30, 40, 80 o 100 años, sino para toda la eternidad.
Pidámosle desde nuestro corazón a María que interceda por nosotros, para que podamos vivir como Dios nos ha indicado, según las inclinaciones y capacidades que descubrimos en nuestro corazón, en nuestro interior. Que así sea.