Homilía en la Peregrinación de la Arquidiócesis de México- 15/01/22
“Había un hombre de la tribu de Benjamín, llamado Quis. Era de gran valor. Tenía un hijo llamado Saúl, joven y de buena presencia….Un día se le perdieron las burras a Quis, y éste le dijo a su hijo Saúl: Toma contigo a uno de los criados y vete a buscar las burras”.
Salió Saúl obedeciendo a su Padre para buscar lo que se había extraviado, y cuál fue la sorpresa, que Dios le tenía reservada, ser ungido como el primer Rey de Israel: “Recorrieron los montes de Efraín…, pero no las encontraron; atravesaron el territorio de Saalín y no estaban allí; después, la tierra de Benjamín y tampoco las hallaron. Entonces se dirigieron a la ciudad donde vivía Samuel, el hombre de Dios. Cuando Samuel vio a Saúl, el Señor le dijo: Este es el hombre de quien te he hablado. Él gobernará a mi pueblo”.
En la cotidianidad de nuestra vida, obedeciendo y cumpliendo lo que nos corresponde hacer, descubrimos la inquietudes del nuestro corazón, y las personas adecuadas para confirmar la respuesta, que Dios espera de nosotros.
Es una gran tentación, siempre presente en muchos creyentes, esperar que Dios nos hable de manera extraordinaria y sorprendente, sin embargo, cuando nos adentramos en nuestras propias responsabilidades y las cumplimos lo mejor que podemos, encontraremos siempre las inesperadas sorpresas del Señor, y experimentaremos su amorosa presencia.
La escena del Evangelio muestra la respuesta de Mateo: “Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago; toda la muchedumbre lo seguía y él les hablaba. Al pasar, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. Mateo cumplía su oficio, pero escuchó a Jesús, lo siguió y le abrió no solo las puertas de su corazón, sino también las de su casa, la relación de sus amigos, independientemente de sus credos y convicciones, y también sentó a la mesa a los acompañantes de Jesús.
Mateo no lo pensó dos veces siguió su corazonada y cambió plenamente su vida, dedicada a su oficio que le redituaba un género de vida envidiable. Estos son los riesgos, que debemos asumir al ir descubriendo la voluntad de Dios y aceptando dicha voluntad divina, el Señor nos corresponde siempre de manera inesperada y sorprendente; aunque no conforme a los criterios meramente mundanos, sino a los criterios, conforme a las enseñanzas de Jesús.
La escena del Evangelio ante los comentarios de quienes cuestionaban por qué estaban invitados a la mesa, tanto las personas consideradas de buena fama, como personas públicamente de conducta reprobable, Jesús expresa la razón de su ministerio para el que fue enviado por su Padre: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores”. No descarta a los justos, pero reclama que debemos preocuparnos y atender a quienes andan extraviados.
¿Qué hacemos como Iglesia, como Arquidiócesis para salir en ayuda de nuestros hermanos más necesitados? Sin duda somos muchos los que deseamos, y en efecto, damos ayuda al prójimo, que encontramos en nuestra cotidianidad; sin embargo no es suficiente porque siendo un país de mayoría católica no logramos dar el testimonio fuerte, intenso y constante de la caridad para expresar los valores del Evangelio en la vida pública de nuestra sociedad.
Necesitamos promover dos objetivos: 1) fortalecer nuestra convicción de discípulos de Jesucristo, y ofrecer nuestra disponibilidad de colaborar de alguna forma, y 2) establecer instancias de servicio y coordinación para la operatividad de una vivencia de la fraternidad, de la solidaridad, y de la caridad.
-Nuestro ser de discípulos implica escuchar y asumir las enseñanzas de Jesús Maestro; es decir, alimentar la fe y compartirla mediante la lectura de la Palabra de Dios, llamada LECTIO DIVINA, en pequeñas comunidades. Así nuestra convicción de fe generará la indispensable esperanza, que suscita la fortaleza para obedecer la Voluntad de nuestro Padre Dios, y mantener la constante relación con quien nos ha mostrado su inmenso amor, enviando a su Hijo, quien a su vez ha entregado su vida hasta el extremo de la misma muerte para garantizarnos la vida eterna y guiarnos hacia la Casa del Padre.
-Toda comunidad parroquial debe ofrecer a su feligresía no solo el indispensable servicio del Culto Divino, sino también las estructuras de conducción mediante los Consejos Parroquiales de Pastoral, y de Asuntos Económicos. Y las estructuras de servicios para responder a las variadas necesidades de los fieles sea en la formación de su fe (Pequeñas comunidades) sea en la ayuda a los miembros más necesitados de la sociedad.
Esto es lo que estamos promoviendo los Obispos, Vicarios Episcopales, Decanos, Párrocos y Sacerdotes Vicarios en la Visita Pastoral a los Parroquias. Deseamos que todos los fieles colaboremos en tomar conciencia de nuestra vocación de discípulos de Jesucristo y de apóstoles evangelizadores en el mundo de hoy.
Hoy hemos peregrinado, recordando nuestra condición humana: temporal y de tránsito hacia la vida eterna, para participar de la vida divina. Es conveniente y oportuno reafirmar juntos la decisión de colaborar para que los valores del Evangelio prevalezcan en nuestra Ciudad. Queremos sin duda alguna, que Cristo nos acompañe en nuestro camino y viva en medio de nosotros para garantizar llegar a la Casa del Padre. Por esta razón el lema de la Visita Pastoral es: ¡Cristo, Vive en medio de nosotros!
Hoy estamos aquí con nuestra querida Madre, María de Guadalupe, abramos nuestro corazón y digámosle que estamos dispuestos a edificar el Reino de Dios, con nuestra conducta, para atraer a tantos hermanos extraviados, que van por el mundo sin saber su verdadero destino.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. A ti nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento.
Ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos asumiendo la cruz, a la alegría de la resurrección.
Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y llegar a la Casa del Padre.
Como Iglesia Arquidiocesana de México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que busque y acompañe a quienes necesitan ayuda; acógenos bajo tu amparo, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.