Homilía: Seamos coherentes con el corazón y con la boca – 06/03/22
“La Escritura afirma: Muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, se encuentra la salvación, esto es, el asunto de la fe que predicamos. Porque basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse”.
San Pablo dirigiéndose a la comunidad de Roma exhorta a sus integrantes, en la necesidad de la coherencia entre el decir y el vivir, entre el hablar y el actuar, por eso insiste que debemos adquirir la relación y coordinación de la boca y el corazón: “Hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación”; es decir, debemos ser coherentes entre lo que creemos de corazón, con lo que hablamos con la boca.
Además de afirmar que es el camino para ser santos y obtener la salvación eterna, explica que esto lo obtenemos gracias al amor, que Dios Padre nos tiene: “ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él”.
Para vivir este proceso la primera lectura, en boca de Moisés, indica la importancia de transmitir a las nuevas generaciones las experiencias vividas: “Dijo Moisés al pueblo: Cuando presentes las primicias de tus cosechas,… tú dirás estas palabras ante el Señor, tu Dios: Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto y se estableció allí con muy pocas personas; pero luego creció hasta convertirse en una gran nación, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra humillación, nuestros trabajos y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo protector”.
Las experiencias históricas de intervención divina, de los pueblos y de las comunidades o de las familias, e incluso las personales, son el sustento de la confianza en Dios Salvador, que nos ama intensamente. El recuerdo de dichas experiencias salvíficas ante nuevas situaciones que vivan ya sea las personas, o las comunidades y los pueblos, les proporcionará la firme esperanza, de que saldrán adelante de esas pruebas con la ayuda de Dios.
El evangelio de hoy recuerda, que el mismo Jesús intensificó su relación con Dios, su Padre: “lleno del Espíritu Santo, regresó del bautismo en el Jordán, y conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio”.
Jesús antes de iniciar su misión, se retiró a orar y a consolidar en su intimidad la ayuda divina, como verdadero hombre, experimentó la necesidad de invocar a Dios, su Padre para afrontar con plena confianza, las adversidades que se presentaran. En esa búsqueda de la ayuda divina, llegaron las tentaciones del mal, como con frecuencia nos pasa en nuestros momentos de oración, cuando nos encontramos en duras pruebas.
En esta escena del evangelio descubrimos, que al buscar la ayuda de Dios, de variadas formas, el tentador, suscita una tergiversación de nuestra actitud, incitando a poner a prueba la intervención de Dios: «Si eres el Hijo de Dios (si Dios te escucha), dile a esta piedra que se convierta en pan… Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras”.
Las respuestas de Jesús son expresión de la sabiduría, que debemos adquirir para superar las tentaciones, y asumir con plena confianza nuestras responsabilidades: “Jesús le contestó: Está escrito: No sólo de pan vive el hombre…. Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás… También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.
Jesús muestra que las tentaciones se vencen no por la fortaleza de la persona, sino por la confianza en quien me ama y me envía, por eso no se debe tentar a Dios, se debe creer y vivir en consecuencia a la fe, y esperar confiadamente, en que de alguna manera, muchas veces inesperada y sorpresiva, llega la ayuda divina.
Estos dos últimos años hemos vivido la pandemia del covid, una situación inesperada, que ha provocado sufrimiento, dolor y muerte por doquier. Ha quebrado nuestros ritmos de vida social, ha debilitado nuestras relaciones, ha alterado nuestras prioridades, ha reducido nuestra libertad para desarrollar nuestro proyectos y servicios, que se han centrado en atender a los afectados por los contagios, y a los afectados por las consecuencias de la Pandemia en el campo laboral, comercial, educativo, e incluso político de los países.
Inicio del Mes de la Familia
Como Arquidiócesis de México hemos programado el resto de este año 2022, una serie de actividades que nos ayuden a revitalizar nuestra fe. Esta primera semana de Cuaresma, tiempo de conversión y renovación en la fe, iniciamos el mes de la familia, con la semana de oración en familia. Mucho ayuda recordar, sin importar cuál haya sido nuestra conducta hasta hoy, que el Señor Dios, nuestro creador y dador de vida, está esperando que lo invoquemos, que lo conozcamos, y que experimentemos el perdón y la reconciliación; ¡qué mejor que hacerlo en familia!
Esta Cuaresma es una gran oportunidad para examinar y revisar, tanto en el nivel personal como en el comunitario, cómo he vivido y de qué manera he afrontado las consecuencias de la Pandemia. Todas las Parroquias indicarán los tiempos, lugares y modos de las iniciativas para que practiquemos un discernimiento, como comunidad eclesial, y descubramos la voz de Dios, que a través de los acontecimientos vividos, ha querido manifestarnos. Así al compartir con los demás la visión y experiencia vivida, podremos descubrir si hemos debilitado nuestra fe, o si la hemos fortalecido.
Pidamos con plena confianza a Nuestra Madre, María de Guadalupe la gracia para encontrarnos, ayudarnos y compartir lo que somos y tenemos, como buenos y fieles discípulos de Su Hijo Jesucristo.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.