Homilía- La Cuaresma es tiempo para redescubrir a Jesús- 13/03/22
“Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambio de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”.
La escena presenta a Jesús conversando con Moisés y Elías: “hablaban del éxodo que Jesús debía realizar en Jerusalén”, y que implicaría su entrega hasta el extremo de la muerte. De esta manera Pedro, Santiago y Juan están siendo preparados para fortalecer la fe de sus compañeros ante los dolorosos acontecimientos de la Pasión y Muerte de Jesús en la cruz.
Jesús preparó de diferentes formas a sus discípulos para que entendieran el perfil del verdadero Mesías, enviado por Dios su Padre, por ello era muy importante ayudarles a comprender el por qué de la dramática entrega final de su vida. Jesús ofrece pistas para descubrirles, que de forma oculta, detrás de su humanidad corporal, se encuentra de alguna manera, Dios mismo. No es por tanto un simple hombre de profunda fe y de oración constante, un hombre ejemplar en sus relaciones con los más necesitados, es algo más inimaginable, es el Hijo de Dios encarnado, es la presencia de Dios mismo.
También la escena narra que Jesús es el Hijo de Dios, y como tal, deben escucharlo: “No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió, y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo».
En ese momento no entendieron a fondo la vocación y misión a la que estaban siendo llamados, como lo muestra su actitud de quedarse en silencio: “Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo. Los discípulos guardaron silencio, y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto”. Seguramente quedaron confundidos, como nos pasa a nosotros, cuando de repente nos encontramos en situaciones inesperadas, y no sabemos cómo reaccionar, y qué debemos hacer; aunque con frecuencia, recordando alguna experiencia previa y a la luz de la fe, obtenemos la respuesta.
La Cuaresma es camino a la Pascua, es el tiempo para redescubrir la misión de Jesús y meditar el misterio de su persona, que asume la condición humana, sin dejar la naturaleza divina.
Es de gran importancia reconocerlo como el Hijo de Dios, que se encarnó en el Seno de María para manifestar con el testimonio de su vida, el amor infinito de Dios Padre por todos nosotros, creaturas predilectas de la Creación, a quienes nos ha dado vida para hacernos capaces de conocerlo y amarlo con plena libertad, y así alcancemos el destino para el que nos creó: participar de la vida divina por toda la eternidad.
Por esta razón entendemos las lágrimas de San Pablo, al expresar su tristeza por los cristianos, que no aceptan el camino de la cruz y de las necesarias renuncias, que implica seguir a Jesús: “Hermanos: Sean ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que siguen el ejemplo que les he dado a ustedes porque como muchas veces se lo he dicho a ustedes, y ahora se lo repito llorando, hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra”.
Estamos viviendo un cambio de época, un quiebre del estilo de vida de la sociedad, quedando sin referencia de un código de ética, y dejando, especialmente a las nuevas generaciones, sin elementos para aceptar y comprender las renuncias voluntarias y el sufrimiento inesperado, como la vocación de asumir la cruz de Cristo en la vida diaria.
Éste es uno de los grandes desafíos para la evangelización en nuestro tiempo, para afrontarlos es fundamental, que quienes nos llamamos cristianos y nos sentimos comprometidos en transmitir los valores de la fe, demos el testimonio de una vida ejemplar, al estilo de Jesús, de reconocimiento de la dignidad de todo ser humano, de generosidad y entrega para auxiliar a los pobres y necesitados, y de cumplir eficientemente con nuestras responsabilidades.
Los contextos y conductas adversos a los valores humano-cristianos no deben desanimarnos. Recordemos el ejemplar testimonio de Abraham, quien escuchó y aceptó la voz de Dios y confió en la promesa de ser auxiliado por Dios: “Dios sacó a Abram de su casa y le dijo: «Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes». Luego añadió: «Así será tu descendencia». Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo”. Dios estableció la alianza con él, que cumplió cabalmente con sus descendientes de generación en generación: «A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates”.
Esa alianza llegó al culmen con la llegada Jesús, el Mesías anunciado, y a su vez, Jesús prometió a sus discípulos: “Yo estaré con Ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt. 28,20).
El programa Revitalicemos nuestra fe
Esta Cuaresma démonos la oportunidad de revisar y examinar nuestra vida, y a la luz de esa revisión escuchemos la Palabra de Dios, y con mi familia o en la comunidad parroquial, compartamos las inquietudes, que la Palabra de Dios mueva en nosotros. Las Parroquias de nuestra Arquidiócesis están ofreciendo diversas actividades para que “Revitalicemos nuestra Fe”. Esta semana estará centrada en la reflexión y meditación, mediante alguna forma de retiro espiritual.
Los invito abrir nuestro corazón a Nuestra Madre, María de Guadalupe, y pedir su ayuda para vivir la Cuaresma, de forma que se convierta en una hermosa experiencia, que fortalezca nuestra Fe, Esperanza, y Caridad.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para que en familia crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.