Asumir la voluntad de Dios- Homilía- 28/02/21- II Domingo de Cuaresma
“Toma a tu hijo único, Isaac, a quien tanto amas; vete a la región de Moria y ofrécemelo en sacrificio, en el monte que yo te indicaré”.
Muchas escenas de las historias bíblicas son figura y anuncio de realidades, que llegaron a la plenitud en la vida de Jesús de Nazaret. Entre ellas destaca sobremanera la que hoy hemos escuchado, sobre la solicitud de Dios a Abraham, para que, acorde a la tradición cultural y religiosa de esa época, le sacrificara a su Hijo único, en señal de reconocimiento y obediencia a la divinidad.
El texto es una narración, que presenta el paso del sacrificio humano al sacrificio de animales, como ofrenda a Dios: “El ángel le dijo: “No descargues la mano contra tu hijo, ni le hagas daño. Ya veo que temes a Dios, porque no le has negado a tu hijo único. Abraham levantó los ojos y vio un carnero, enredado por los cuernos en la maleza. Atrapó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo”.
Además de esta importante transición cultural y religiosa, el pueblo de Israel lentamente fue comprendiendo, la necesidad de priorizar la obediencia a Dios, sobre cualquier sacrificio de una ofrenda externa de animales o primicias de producción vegetal. La Obediencia a la Voluntad de Dios Padre está por encima de cualquier otra obligación cultual; y la consecuencia la hemos escuchado: “Por haber hecho esto y no haberme negado a tu hijo único… en tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra, porque obedeciste a mis palabras”.
El Evangelio de hoy presenta una de las escenas llamadas Teofánicas, es decir, momentos en que se manifiesta, a través de la humanidad de Jesús de Nazaret, su naturaleza divina como Hijo de Dios. La escena es un momento de intimidad, soledad y silencio. Jesús ha elegido a tres de sus discípulos para que lo acompañen a subir el monte Tabor y orar ahí, en las alturas: “Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia”.
En la oración Jesús manifiesta la relación tan intensa que tiene con Dios su Padre, provocando un ambiente muy grato, de esos que uno quisiera no terminara jamás: “Pedro le dijo a Jesús: Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados”.
Ante la percepción de ver la blancura y transparencia en las vestiduras de Jesús, y escuchar el diálogo de Jesús con dos personajes históricos, figuras emblemáticas de la Historia de Israel: Elías, considerado padre del profetismo en Israel, y Moisés, liberador, legislador, y conductor del Pueblo a la Tierra prometida; y finalmente ser testigos de una voz que venía de lo alto, expresando con claridad: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”; ante esta experiencia quedaron asustados y sin palabra. Así acontece cuando hay un encuentro con Dios, que se percibe su presencia en el interior de la persona. Estas son las experiencias místicas, según las ha nombrado la Iglesia.
Jesús al retirarse del lugar retomó el diálogo y les dijo algo, que en ese momento no entendieron, pero obedecieron a Jesús: “Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de resucitar de entre los muertos”.
Esta preciosa y misteriosa escena nos deja una convicción fundamental, como lo fue para sus discípulos, quienes la entendieron al vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús: Esta vida terrestre cobra pleno sentido cuando asumimos la convicción de la trascendencia, lo cual nos permitirá ser obedientes a las enseñanzas del Evangelio y nos dará la fortaleza para vivirlas.
Quien cree en la Resurrección de Jesús, y por tanto, en la resurrección de los muertos, es capaz como Jesús, de transfigurar en su vida un testimonio convincente, al priorizar los valores del Reino de Dios ante los valores meramente humanos; y ciertamente, rechazando los supuestos valores, que solo representan ideologías sin relación posible con la trascendencia, sin relación de esta vida terrestre con la vida eterna.
¿Hemos adquirido la convicción de la trascendencia, creemos que esta vida es tránsito y preparación para la vida eterna? Esta Cuaresma es una oportunidad de revisar nuestra conducta y descubrir si nuestros intereses se mueven solamente en los valores transitorios para lograr mis fines, o si tengo la capacidad y experiencia de haberle dado prioridad a los Valores del Reino de Dios, por encima de los valores que solo se sustentan en la perspectiva de la vida terrestre, de los valores que solamente son pragmáticos para resolver conflictos temporales.
San Pablo se encontró con Jesús en una experiencia singular, al escuchar la voz de Jesús que le decía: ¿Saulo, Saulo por qué me persigues? (Hech. 9,4). Dicha experiencia transformó su vida, conoció las enseñanzas de Jesús, y las vivió de manera ejemplar. Hoy hemos escuchado su contundente testimonio: “Hermanos: Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra? El que no nos escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no va a estar dispuesto a dárnoslo todo, junto con su Hijo?”.
El amor de Dios por nosotros es inmenso, pero como solamente siendo libres es posible amar, siempre está a la espera de nuestra libre respuesta. ¿Te has planteado en serio tu respuesta, a quien te creó, te da vida, quiere tu bien en esta vida terrestre, y te tiene preparada una mansión para toda la eternidad? La Cuaresma es un tiempo favorable, oportuno para decidirte a escucharlo, obedecerlo, poniendo en práctica sus enseñanzas, así contarás con la ayuda del Espíritu Santo, y testimoniarás, con la contundencia de San Pablo, la fortaleza para afrontar cualquier adversidad.
¿No te sientes con el ánimo de asumir la voluntad de Dios Padre? Contempla a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien por su obediencia, no solamente es inmensamente feliz, sino que tiene el gusto y la decisión firme de mostrarnos, como madre tierna y compasiva, el amor que su Hijo Jesús tiene por nosotros.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.