Homilía en la Misa Crismal- Las cercanías de los sacerdotes-14/04/22
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres”.
San Pablo exhorta a Timoteo que es necesario mantener vivo el don de Dios que recibió por la imposición de sus manos, que no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad (cf. 2 Tm 1,6-7).
El Papa Francisco el pasado 17 de febrero dirigió un mensaje a los sacerdotes, indicando 4 cercanías, que considero muy oportuno tener en cuenta para revitalizar nuestra espiritualidad sacerdotal: La cercanía con Dios, con el Obispo propio, entre los hermanos sacerdotes, y con el pueblo. Un sacerdote es invitado ante todo a cultivar esta primera cercanía, la intimidad con Dios, y de esta relación podrá obtener todas las fuerzas necesarias para su ministerio. La relación con Dios es, por decirlo así, el injerto que nos mantiene dentro de un vínculo fecundo. Sin una relación significativa con el Señor, nuestro ministerio está destinado a ser estéril.
Un aspecto clave para desarrollar esta cercanía, señala el Papa: es aprender a “substituir el verbo “hacer” de Marta para aprender el “estar” de María. Es difícil aceptar dejar el activismo que es agotador, porque cuando uno deja de estar ocupado, la paz no llega inmediatamente al corazón, sino la desolación; y para no entrar en desolación, estamos dispuestos a no parar nunca. Es una distracción el trabajo, para no entrar en la desolación. Pero la desolación es un poco el punto de encuentro con Dios. Es precisamente la aceptación de la desolación que viene del silencio, del ayuno de activismo y de palabras, del valor de examinarnos con sinceridad, así todo adquiere una luz y una paz que no se apoyan en nuestras fuerzas y capacidades.
La segunda cercanía con el Obispo, es vivir “la obediencia que no es un atributo disciplinar, sino la característica más profunda de los vínculos que nos unen en comunión. Obedecer significa aprender a escuchar y recordar que nadie puede pretender ser el poseedor de la voluntad de Dios, y que ésta sólo puede entenderse a través del discernimiento. La obediencia, por tanto, es escuchar la voluntad de Dios, que se discierne precisamente en un vínculo. Esta actitud de escucha permite madurar la idea de que cada uno no es el principio y fundamento de la vida, sino que necesariamente debe confrontarse con otros”.
“Esto pide necesariamente que los sacerdotes recen por los obispos y se animen a expresar su parecer con respeto, valor y sinceridad. Pide también de los obispos, humildad, capacidad de escucha, de autocrítica y de dejarse ayudar. Si defendemos este vínculo, avanzaremos con seguridad en nuestro camino”.
La tercera cercanía entre los sacerdotes la fundamenta el Papa diciendo: “Es precisamente a partir de la comunión con el obispo que se abre la tercera cercanía, que es la de la fraternidad. Jesús se manifiesta allí donde hay hermanos dispuestos a amarse: “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos” (Mt 18,20). También la fraternidad como la obediencia no puede ser una imposición moral externa a nosotros. La fraternidad es escoger deliberadamente ser santos con los demás y no en soledad. Un proverbio africano dice: “Si quieres ir rápido tienes que ir solo, mientras que si quieres ir lejos tienes que ir con otros”.
“Me atrevería a decir que ahí donde funciona la fraternidad sacerdotal, la cercanía entre los sacerdotes, y hay lazos de auténtica amistad, también es posible vivir con más serenidad la elección del celibato. El celibato es un don que la Iglesia latina custodia, pero es un don que para ser vivido como santificación requiere relaciones sanas, vínculos de auténtica estima y genuina bondad que encuentran su raíz en Cristo. Sin amigos y sin oración, el celibato puede convertirse en un peso insoportable y en un anti testimonio de la hermosura misma del sacerdocio”.
Finalmente la cuarta cercanía con el pueblo es la que caracteriza a un buen pastor: “El amor fraterno para los presbíteros no queda encerrado en un pequeño grupo, sino que se orienta y vive mediante la caridad pastoral (cf. Pastores dabo vobis, 23), que impulsa a vivirlo concretamente en la misión. La relación con el Pueblo Santo de Dios no es para cada uno de nosotros un deber, sino una gracia. “El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios” (Evangelii gaudium, 272). El lugar de todo sacerdote está en medio de la gente, en una relación de cercanía con el pueblo”.
“Una de las características cruciales de nuestra sociedad de “redes” es que abunda el sentimiento de orfandad. Conectados a todo y a todos, pero falta la experiencia de “pertenencia”, que es mucho más que una conexión. Con la “cercanía” del pastor, se puede convocar a la comunidad y ayudar a crecer el sentimiento de pertenencia; pertenecemos al Santo Pueblo fiel de Dios, que está llamado a ser signo de la irrupción del Reino de Dios en el hoy de la historia”.
Viviendo estas cuatro cercanías revitalizaremos nuestra fe y nuestro ministerio. Así seremos dignos y eficientes discípulos de Jesucristo para cumplir la misión del ministerio sacerdotal en favor de nuestros fieles, y podremos decir como Jesús: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
Además comprenderemos por qué es necesario “caminar juntos”, a Dios, al Obispo, a los demás sacerdotes y al Pueblo; y obtendremos la convicción necesaria para generar en nuestra Arquidiócesis un proceso sinodal, que sea expresión de la cercanía, de la compasión y de la ternura de Dios, que camina en medio de nosotros y a través de nosotros.
Los exhorto a expresar la renovación de nuestros compromisos sacerdotales desde el corazón, lugar íntimo donde Dios habla y mueve a nuestro espíritu para descubrir su presencia y llegar a ser testigos fieles de Jesucristo y hacer presente el Reino de Dios en nuestro tiempo y en nuestra querida Arquidiócesis Primada de México. ¡Que así sea!