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El Arzobispo Carlos Aguiar Retes.

¡Cristo está vivo, resucitado! -Domingo de Resurrección- 17/04/22

Hermanos: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”.

¿Qué significa aspirar a los bienes de arriba y no a los bienes de la tierra? ¿Acaso no son dos realidades distintas cielo y tierra? ¿Y nosotros que vivimos en la tierra, no deberíamos aspirar solamente a los bienes de la tierra? Ciertamente son realidades distintas, pero íntimamente relacionadas: la vida en la tierra es preparación y camino para la vida del cielo, que es el destino, para el que fuimos creados.

En efecto, una fase es preparar una fiesta y otra es celebrarla. La fase de preparación necesita tener en cuenta, qué tipo de fiesta deseo, y qué debo prever para que así suceda. Por tanto, aspirar los bienes de arriba es poner los bienes actuales: lo que soy, lo que tengo, las relaciones con los demás, y las responsabilidades presentes, en función de prepararme para participar de la gran fiesta eterna.

¿En qué consiste esa preparación? En aprender a amar y ejercitarme a vivir el amor. ¿Quién puede conducirme para aprender a amar? Sin duda, el mejor maestro es Jesucristo, quien se entregó plenamente al servicio de sus hermanos, y en consecuencia de esa entrega sufrió en carne propia la violencia extrema hasta la muerte.

Con la muerte termina nuestra travesía en esta vida, y siguiendo el ejemplo de Jesús, entregándonos al servicio de nuestros hermanos, buscando siempre el bien de los demás, obtendremos la nueva vida, resucitaremos como Jesús, quien confió en el amor de Dios Padre, como afirma el Apóstol Pedro: “que lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos”.

¿Cómo podemos nosotros dar testimonio, con esa fuerza y convicción propia de quienes vieron a Cristo resucitado? Para que pudiéramos hacerlo, Jesús dejó la Eucaristía.

En la Eucaristía escuchamos la Palabra, la voz, la orientación de Dios; y al escuchar la Palabra, y la atendemos, adquirimos la capacidad de descubrir a Jesús resucitado en nuestra propia vida. Pero además, al participar en la Eucaristía, también podemos decir como los primeros discípulos: “hemos comido y bebido con Él” (Hch. 10,41).

¡Cristo está vivo, resucitado! Cuando comulgamos el pan y el vino, que es transformado en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, recibimos a Cristo, viene a nuestro encuentro en la comunión. Esto es lo que nos hace capaces de dar testimonio de Él.

Entre la Palabra de Dios escuchada, y la fortaleza del Espíritu a través de la comunión con Él, domingo a domingo, el discípulo de Jesús se hace capaz de descubrir la intervención de Dios en las circunstancias, que le toca vivir durante la semana. Mediante la oración y la revisión de vida, tanto personal como comunitaria, el discípulo descubre cómo se hace presente el Espíritu Santo, en los acontecimientos de su entorno y contexto de vida.

Lenta pero firmemente se adquiere la convicción, que Dios nos acompaña siempre, en las buenas y en las malas, con las buenas fortalece nuestro espíritu, con las situaciones más difíciles, dramáticas o trágicas que afrontamos, el discípulo descubre el inmenso amor misericordioso, que nos acompaña de múltiples maneras, y a través de tantas otras personas.

Y éste es nuestro gran reto hoy: testimoniar en la vida de todos los días, y en todos los ambientes sociales los valores, que Cristo nos ha anunciado. Somos elegidos por Dios. Él ha puesto sus ojos en cada uno de nosotros, y nos ha ofrecido una misión: ser testigos del amor.

Nuestra sociedad hoy está viviendo tantas situaciones contrarias a la dignidad humana: injusticia, odio, violencia y muerte sin ninguna justificación. Es urgente manifestar que Dios, el Dios del Amor, no está ausente y distante, sino presente y activo en medio y a través de nosotros. Por ello, es indispensable nuestro testimonio, en los diversos círculos de relación, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en cualquier circunstancia de encuentro con los demás. La vida en la tierra es peregrinación, es camino, es preparación. Por eso, los bienes temporales deben estar orientados a los bienes eternos.

Hoy es urgente ayudar a la humanidad a redescubrir el camino que conduce a la vida, a salir del desconcierto y tribulación que causa la violencia, y la muerte; y a plantear de nuevo la pregunta del evangelio de hoy: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado.”

A Jesús no lo encontraremos en la muerte sino en la vida pero: “¿Recuerden que cuando estaba todavía en Galilea les dijo: es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado y al tercer día resucite”. Lo cual significa que las adversidades se presentarán siempre, pero practicando las enseñanzas de Jesús Maestro iremos en camino de la resurrección, en camino de la vida.

Retomemos por tanto, nuestra propia realidad existencial, nuestro contexto socio cultural, con la mirada de fe en la resurrección de Jesús, y observemos el mundo con los ojos del creyente, con los ojos del que tiene fe. Y preguntémonos: ¿Descubro la importancia de amar a Jesús Maestro, partiendo del testimonio de las Sagradas Escrituras, de la tradición de la Iglesia, y de quienes me han transmitido la fe?

Con San Pablo, animémonos los unos a los otros afirmando: “Hermanos: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”. ¡Que así sea!

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