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Cardenal Carlos Aguiar Retes. Foto: Basílica De Guadalupe/Cortesía.

Homilía- El encuentro con Jesús – 01/05/22

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Nosotros también vamos contigo. Salieron y se embarcaron con él, pero aquella noche no pescaron nada”.

Ha quedado atrás Jerusalén, han superado el temor, y vuelven a Galilea y a sus actividades como pescadores. Se encuentran siete de los discípulos de Jesús, y Simón Pedro los invita a retomar las actividades propias de la pesca, todos se suman gustosos a la iniciativa de Pedro; sin embargo esa noche no pescaron nada. Siete es número de plenitud, Pedro es la cabeza, pero volver a las antiguas labores de pescadores no era la misión para la que Jesús los había llamado. Todavía no han comprendido, que serán pescadores de hombres.

Jesús con bondad y paciencia se presenta como un hombre cualquiera a la orilla del mar: “Al amanecer, Jesús estaba en la orilla del mar, pero los discípulos no lo reconocieron”. Han trabajado en vano, regresan cansados y sin la satisfacción de haber logrado el objetivo; pero en esas circunstancias adversas reciben la sorpresa de reencontrarse con el Maestro, con Jesús vivo.

¡Cuántas veces hemos vivido esa experiencia de frustración cuando hemos puesto todo nuestro empeño en algo, que consideramos importante, y que por nuestra experiencia lo hacemos con plena confianza que lo lograremos, pero no obstante nuestro esfuerzo, el resultado es nulo! Y, si además se trataba de una tarea o misión apostólica, que haría mucho bien a los demás y a la misma Iglesia, sentimos que Dios nos ha abandonado, que no le ha agradado nuestra iniciativa, o que algo hicimos mal.

Sin embargo esta escena, expresa que son ocasiones donde, de manera imprevista y sorprendente, se hace presente el Señor Jesús para suscitar la revisión y el discernimiento, que conducirá a lo que realmente Dios Padre quiere de nosotros.

Así lo expresa el fracaso de la pesca y la presencia de Jesús que les indica: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos obedecen y descubren que con Jesús podrán pescar en abundancia. “Jesús les dice: Traigan algunos de esos pescados”, y es Simón Pedro, quien arrastró hasta la orilla los pescados grandes. Pedro es el que les dijo a los otros vamos a pescar. Pedro es quien escucha del discípulo amado, Juan, que el hombre de la playa es el Señor, y se tira para ir rápido junto a Él.

La acciones que acontecen cuando la lógica humana no los espera, serán de ahora en adelante la forma de encontrar a Jesús resucitado, quien está detrás de esas acciones, como lo manifiesta esta escena. Así Jesús indica a sus discípulos la misión que necesita para ofrecer eficazmente la Redención al mundo. En esto consiste, que sean pescadores de hombres. pescadores en los mares de la humanidad. Es así como los momentos de fracasos, sufrimientos y desolación se convertirán en encuentro con Dios, que generan la paz y la esperanza, y que fortalecen al discípulo para llevar a cabo la misión.

Lo cual contemplamos en la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, donde expresan la valentía para resistir azotes que no merecen, tormentos que no son justificables. Lo hacen no solamente aceptándolos con resignación, sino alegremente, y felices de testimoniar, que Dios se hace presente a través de su generosa entrega: Los miembros del Sanedrín mandaron azotar a los apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del Sanedrín felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús”. ¿Cómo es posible eso? Solamente mediante el discernimiento de la voluntad de Dios Padre, y la decisión y cumplimiento de esa voluntad divina.

¿Cómo podremos obtener la experiencia de encuentro con Jesucristo? A partir del gesto de Jesús, que prepara el fuego para freir los peces, y los invita a compartir el pan y el fruto de lo que pescaron ellos. De esta puesta en común descubriremos que la misión de la Iglesia, una parte la hará Dios y la otra el hombre con su trabajo.

Así alude a la Celebración litúrgica para compartir nuestros proyectos y trabajos con el pan de la Eucaristía. Por esto es conveniente preguntarme con frecuencia si, la Eucaristía es para mí el momento de encuentro con Jesucristo para recibir el pan de la vida que me ofrece. Y también recordar que necesito prever momentos habituales de oración para tomar conciencia del permanente acompañamiento de Dios, mediante el Espíritu Santo.

Cuando acabaron de comer, Jesús le preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”. El sustento para seguir a Jesús y recibir la encomienda de cuidar a los demás es el amor. Pero también es necesario descubrir que toda encomienda eclesial deberá ser en equipo. “Pedro miró hacia atrás y vio que les seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había reclinado sobre el pecho de Jesús, preguntándole: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? Cuando Pedro lo vio le preguntó a Jesús: Señor, ¿y éste qué? Jesús le contestó: Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa? ¡Tú, sígueme!”.

La Iglesia en medio de las marejadas propias de la fragilidad y limitación humanas se mantendrá gracias al amor sin límites. Para ello Pedro debe estar alerta para superar cualquier tentación de envidia y celo que todo lo arruina. Jesús llama a Pedro para ser cabeza, pero le advierte con firmeza que necesita cuerpo, y ese cuerpo lo formará la comunidad de discípulos.

Juan, el discípulo amado, será modelo de otra tarea indispensable: dar testimonio veraz por escrito de Jesús, en efecto, Juan anuncia el final de los tiempos mediante una visión: “Oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar -todo cuanto existe-, que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén”.

Acudamos a María, como Madre de la Iglesia, sin duda nos ayudará a cumplir en comunión eclesial y fraterna ayuda, la misión de la Iglesia, afrontando los grandes desafíos de nuestro tiempo.

Oración

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, en la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, acudimos a ti, con plena confianza, mueve nuestro corazón para promover que cada persona cuente con la alimentación y los demás recursos que necesita.

Que podamos sentir ahora más que nunca que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, permítenos escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. Que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

Madre de Dios y Madre nuestra, buscamos refugio bajo tu protección. Trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad para que podamos experimentar una verdadera conversión del corazón.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

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