Homilía- ¿Cuántos serán los que se salven? – 21/08/22
“Esto dice el Señor: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y enviaré como mensajeros a algunos de los supervivientes hasta los países más lejanos y las islas más remotas, que no han oído hablar de mí, ni han visto mi gloria, y ellos darán a conocer mi nombre a las naciones”.
Dios desea que toda la humanidad conozca al verdadero Dios Creador, y la naturaleza divina, que ha revelado mediante la Encarnación y Redención del Hijo de Dios hecho hombre: Jesucristo. Sin embargo ha querido realizar esta misión de manera que no sea por la omnipotencia divina que apabulla y espanta, sino a través de la misma condición humana para respetar plenamente la libertad de todo ser humano.
Lo ha decidido de esta manera porque es el camino para responder al amor de Dios, de la misma manera que él nos ama; es decir consciente y voluntariamente, no impuesto por la fuerza, sino aprendiendo a descubrir que el verdadero amor debe ser desinteresado y logrado, mediante la superación del egoísmo, que innato al hombre, lamentablemente con frecuencia, lo lleva a buscar lo que desea, sin importarle el bien del prójimo.
Teniendo en cuenta esta modalidad de revelarse Dios, mediante la misma condición humana, entendemos hasta qué punto es indispensable asumir nuestra respuesta libre, y obtenida con plena convicción.
La escena del Evangelio de hoy presenta la pregunta de un oyente de la predicación y de las enseñanzas de Jesucristo: “Uno le preguntó: –Señor, ¿serán pocos los que se salven? Jesús les dijo: –Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta”.
La respuesta de Jesús plantea la necesidad de realizar una gran esfuerzo porque habrá que aprender a usar la libertad y la capacidad de decisión para obtener la entrada al Reino de los cielos, y queda claro que el objetivo a lograr es la relación de conocimiento, amistad y obediencia a Dios, cumpliendo su voluntad: “Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ¡Señor, ábrenos! Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes”.
Podemos ahora entender, que no basta simplemente cumplir los mandamientos de Dios y las normas establecidas por la Iglesia, sino que debemos mediante ese cumplimiento desarrollar la amistad con Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Para este propósito se ha encarnado el Hijo de Dios, asumiendo plenamente la condición humana. Así tenemos un modelo a seguir, y la claridad del modo cómo seguir sus huellas, mediante la puesta en práctica de sus enseñanzas. En esto consiste ser discípulos de Cristo.
El autor de la Carta a los Hebreos, recuerda una reflexión sobre la necesidad de ayudarnos mediante la corrección fraterna, sea de Padres a Hijos, sea de miembros de la comunidad eclesial entre sí: “Hermanos: Ya han olvidado ustedes la exhortación que Dios les dirigió, como a hijos, diciendo: Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a los que ama, y castiga a sus hijos predilectos”.
La exhortación paternal es la que hace la Iglesia, sus ministros, los padres de familia, los miembros de la comunidad entre sí, o simplemente un amigo que advierte oportunamente el peligro a su prójimo. El castigo del Señor se refiere a las consecuencias, que recibimos cuando equivocamos nuestra conducta, y actuamos mirando solamente nuestro bien individual.
Por eso, continua el pasaje de la carta exhortando: “Soporten, pues, la corrección, porque Dios los trata como a hijos; ¿y qué padre hay que no corrija a sus hijos? Es cierto que de momento ninguna corrección nos causa alegría, sino más bien tristeza. Pero después produce, en los que la recibieron, frutos de paz y de santidad”.
Finalmente a todos invita el Autor de la Carta para que no dejemos pasar la ocasión cuando sabemos, que nuestro prójimo o prójimos, están siendo seducidos y se encuentran en peligro de obrar una mal proceder: “fortalezcan las manos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes, y caminen por una senda plana: para que el cojo ya no tropiece, sino más bien se alivie”.
La pregunta a Jesús de si son pocos los que se salvan queda por tanto, abierta: serán muchos o pocos, dependerá de nosotros, de cada generación, y por ello es necesario mantener los servicios eclesiales para la evangelización.
Así pues, tanto la Parroquia, como la Diócesis debemos ofrecer siempre, de manera oportuna y adecuada, la ayuda para orientar a todos los bautizados, dando a conocer la vida y las enseñanzas de Jesucristo, a través de los Evangelios, y de todos los libros de la Biblia, y a través de la Tradición, fruto de la experiencia de las generaciones anteriores a la nuestra, que han logrado ir actualizando dichas enseñanzas, ante los contextos sociales y culturales por los que va atravesando la humanidad.
Hoy, como en tiempos de Jesús, como lo narran los Evangelios, y como se desarrolló la Iglesia en los primeros siglos, debemos ser también una Iglesia en Salida, que vaya al encuentro de los hermanos en sus ambientes cotidianos, para ofrecerles la manera de encontrarnos con Jesucristo, y valorar la vida litúrgica, que es fuente indispensable para alimentar y desarrollar la fe.
Nuestra Madre, María de Guadalupe es una expresión de Iglesia en salida, y especialmente de Iglesia misionera, que propicia no sólo el anuncio de la Buena Nueva, sino que expresa una Evangelización plenamente inculturada.
Pidámosle que nos ayude a ser capaces de anunciar a su Hijo Jesús, en un lenguaje acorde a la desafiante realidad de nuestro tiempo.
ORACIÓN
A ti Madre nuestra nos encomendamos, para que aprendamos como Iglesia a caminar juntos, para formar comunidades de escucha y discernimiento; a caminar guiados por la luz de la Fe, a buscar y acompañar a quienes necesitan ayuda, especialmente te pedimos hoy, por quienes han sufrido alguna forma de extorsión.
Como Iglesia que peregrina en México anímanos a ser como tú, una Iglesia en salida, una Iglesia que transmita con alegría y convicción la invaluable riqueza de vivir a la luz de la Fe, haciendo nuestras las enseñanzas de tu Hijo Jesucristo. Tú que eres la Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos; y estamos seguros de que nos ayudarás para que sigamos tu camino de obediencia a la voluntad de Dios, y así llegar a la Casa del Padre. Por eso, ayúdanos, Madre, a descubrir la voluntad del Padre y cumplirla, siguiendo el ejemplo de Jesús. Él tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y cargó con nuestros dolores para guiarnos, asumiendo la cruz, a la alegría de la
resurrección. Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y de esperanza. Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas ante nuestras necesidades, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.