Saltear al contenido principal
El Arzobispo Carlos Aguiar Retes Preside La Misa Dominical. Foto: Basílica De Guadalupe/Cortesía.

¿Por qué Dios tarda tanto en escuchar mis súplicas? – Homilía 02/10/22

“¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina, sin que vengas a salvarme?”

¿Dios se tarda en escuchar y atender nuestras súplicas, o por qué no percibimos sus respuestas?

La clave para responder dicha pregunta, es vivir a la luz de la Fe. Nuestro modo de ver y sentir nuestras experiencias de necesidad o sufrimiento es generalmente muy superficial, simplemente queremos salir de esa situación; mientras que Dios, en la mayoría de los casos, espera que el vivir las adversidades y complejas realidades sean para nosotros un aprendizaje para descubrir nuestras capacidades y potencialidades. Por ello afirma el Profeta Habacuc: “El Señor me respondió y me dijo:… El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe”.

¿Dónde está el origen de nuestra desconfianza y de las dudas, sobre la falta de respuesta de Dios a nuestras súplicas? Y, ¿cómo superarlas?

Aprendamos del testimonio de los atletas que deben realizar, de manera constante e intensa, los entrenamientos para hacerlos capaces de competir. De la misma manera, debemos afrontar los conflictos y adversidades, ya que son ocasión de crecimiento y desarrollo humano-espiritual, y a la par, descubrir y reconocer la indispensable ayuda de la gracia divina para superar todo tipo de sufrimiento.

Con dichas experiencias se inicia un recorrido existencial, en el que se desarrolla la fe, sin saber de qué manera se reciba la ayuda divina, pues casi siempre será la menos esperada por nosotros; lo cual suscitará la confianza en el amor de Dios, y crecerá la fortaleza de nuestro espíritu.

Los discípulos constataron cómo Jesús caminaba con decisión, confianza y afrontando todo tipo de situaciones, por ello se atrevieron a pedirle: “Señor, auméntanos la fe”.

La respuesta de Jesús es muy sencilla y contundente: “Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y los obedecería”.

Creer vivamente en las enseñanzas de Jesús, conocer y valorar el testimonio de su vida ante las adversidades en su máxima expresión, como fue el juicio manipulado ante el pueblo, la prisión, la tortura, la burla y la injusta condena de muerte en cruz, para desacreditarlo ante el pueblo como el mesías esperado, son contundentes expresiones de la fortaleza, que otorga el Espíritu Santo.

Por lo anterior, uno de los grandes obstáculos para vivir a la luz de la fe es el orgullo, generado por la autoreferencialidad, que invariablemente ciega al cristiano, impidiendo descubrir la mano de Dios en las actividades humanas.

De ahí la recomendación de San Pablo a su discípulo Timoteo: “Te recomiendo que reavives el don de Dios, que recibiste cuando te impuse las manos. Porque el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación”.

Fortaleza, es decir: firmeza, constancia y paciencia para mantener nuestras actitudes cristianas ante la adversidad.

Amor, iniciando con la experiencia de ser amado como hijo adoptivo de Dios mediante el Bautismo, para afrontar cualquier adversidad, confiados en el amor de Dios Padre, y lanzarnos a mantener el ritmo de nuestra respuesta como discípulos de Jesucristo.

Moderación, pensar siempre en hacer el bien y rechazar el mal sea para mí mismo, sea para mis prójimos, independientemente si la conducta de ellos es buena o mala, yo debo siempre elegir el bien, lo cual implica el ejercicio habitual del discernimiento para clarificar las inquietudes de nuestro corazón.

Obtenida esa experiencia, San Pablo recomienda: “Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros”. ¡Qué importante es darle crédito a lo que Dios, mediante la Iglesia nos ha regalado, y dejarme conducir con plena confianza por la luz de la Fe! Recordando siempre que: “el justo, vivirá por su fe”.

La Parábola que presenta Jesús a sus discípulos, está dicha para todos nosotros: “Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: Entra enseguida y ponte a comer. ¿No le dirá más bien: Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?”.

¿Nosotros somos patrones dueños de la vida, o somos jornaleros trabajadores en la cotidianidad de nuestras vidas? ¿Acaso de nosotros dependió nacer, y tenemos en nuestras manos la posibilidad de prolongar nuestra vida más allá de la muerte? Somos ciertamente trabajadores, siervos. Pero el problema es que nos consideramos dueños y patrones cuando poseemos y tenemos de alguna manera autoridad sobre otros, y disposición de los bienes para disfrutarlos, según nuestra voluntad.

Por eso, la indicación precisa de Jesús a sus discípulos para desarrollar la fe en quien nos ha creado, ya que en sus manos está darnos paso a la eternidad: “Así también Ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: No somos más que siervos, solo hemos hecho, lo que teníamos que hacer”.

Recordemos la respuesta de Nuestra Madre, la Virgen María, “hágase en mí según tu palabra”. Ella es el ejemplo a seguir, es la Madre de la Iglesia, y ha venido a estas tierras para mostrarnos el camino, la verdad, y la vida, para que Su Hijo Jesús surgiera y fuera conocido entre nosotros. Acudamos a ella con toda confianza, para que siempre la tengamos presente, especialmente en los momentos difíciles y dolorosos.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa, haznos valientes para generar y promover los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Con tu cariño y ternura trasforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes de la dramática situación actual, llena de sufrimientos y angustias que oprimen al mundo entero, ayúdanos para que todos estos sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.

Volver arriba
×Close search
Buscar