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Arzobispo Carlos Aguiar Retes En La Basílica De Guadalupe. Foto: Cortesía INBG

El Reino de Dios ya está aquí, ¿qué nos falta? – Homilía 4/12/2022

“Habitará el lobo con el cordero, la pantera se echará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos y un muchachito los apacentará. La vaca pastará con la osa y sus crías vivirán juntas. El león comerá paja con el buey”.

¿De qué habla el Profeta Isaías, de una visión ilusoria? ¿De un sueño imposible de realizar e incluso difícil de imaginar? El profeta habla en nombre de Dios, y describe con estas imágenes la promesa y la voluntad de Dios sobre la relación de los hombres con la Creación, y especialmente sobre la relación de las personas entre sí.

El relato del Génesis sobre el inicio de la Creación refleja esa hermosa visión, al expresar el orden y la paz de todas las creaturas entre sí. Lo cual se rompe cuando el hombre no acepta la propuesta de Dios, lo desobedece, y pretende esconderse para no ser confrontado. Así comienza el desequilibrio de las relaciones humanas con Dios Creador, y de los hombres entre sí, que se agrava al punto extremo, cuando Caín asesina a su hermano Abel.

El Profeta Isaías pretende llamar la atención a los desórdenes, que se han ido gestando en la historia del Pueblo, que era elegido para manifestar el plan de Dios a la Humanidad, y través de ellos a todos los pueblos; pero al desobedecer los planes divinos, ha perdido el rumbo y peligra en caer en situaciones más trágicas. Así pues el Profeta llama la atención y anuncia que Dios no ha abandonado a su Pueblo, sino que mantiene su promesa y anuncia la llegada de un renuevo, que nacerá de la tribu de Jesé: “En aquel día brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. Sobre él se posará el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de piedad y temor de Dios”.

¿Cuándo se ha cumplido la profecía de Isaías? El Evangelista Mateo presenta el cumplimiento de ese anuncio y promesa con la llegada del Mesías en la persona de Jesucristo, que hoy hemos escuchado en voz de Juan Bautista: “Yo los bautizo con agua, en señal de que ustedes se han arrepentido; pero el que viene después de mí, es más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego”.

Los discípulos de Jesucristo se convencieron por el testimonio de Jesús, que Él era el hijo de David, que tenía que venir, que Él era el Mesías. Jesús vino, cumplió las promesas que Dios había hecho a su pueblo, su persona no solamente fue el Mesías -esperado por el pueblo de Israel-, sino que desbordó esa expectativa, era el Hijo de Dios encarnado, era el mismo Dios, que tomó de María la condición humana.

Este desbordamiento de gracia todavía nos hace pensar más, ¿qué ha pasado después de su venida? Si ya está ofrecida la asistencia del Espíritu Santo a todos sus discípulos y hombres de buena voluntad, ¿por qué la humanidad, a lo largo de los siglos, sigue en luchas y guerras, injusticias y discriminaciones en las relaciones sociales, y explotando y destruyendo intensamente la tierra, Casa Común de la Humanidad? ¿Qué es lo que hace falta, si está dado ya el cumplimiento de la promesa en la persona de Jesús? ¿Qué necesita la sociedad para gozar esa presencia del Espíritu del Señor, para que Jesús no solamente nos espere en la casa del Padre, al final de nuestra vida terrena, sino, como es su explícito deseo, de caminar con nosotros, y a través de nosotros transmitirnos la verdad y la vida?

¿Qué nos hace falta? Indudablemente, asumir la conversión pastoral, es decir, que creamos con plena confianza, que el Espíritu del Señor está con nosotros, que aprendamos a practicar el discernimiento en comunidad eclesial para esclarecer la Voluntad de Dios, y dejarnos conducir por Él, bajo la sombra del misterio: de no saber con precisión que sucederá. En pocas palabras caminar juntos, sinodalmente, como ha exhortado el Papa Francisco. Debemos ser más proactivos y creativos en las propuestas, de lo que necesitamos y anhelamos como Pueblo de Dios, y compartirlas en la comunidad parroquial.

Fíjense en Pablo al plantear los enormes desafíos de su tiempo: “Que Dios fuente de toda paciencia y consuelo les conceda a ustedes vivir en perfecta armonía unos con otros, conforme al Espíritu de Cristo Jesús, para que con un sólo corazón y una sola voz alaben a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo”. San Pablo exhorta a vivir en comunión para recibir los frutos, que ha traído Jesucristo a los hombres de buena voluntad. La situación del Imperio Romano, no cambió radicalmente en cien días, ni en doce meses, ni un un siglo, pasaron cuatro siglos para iniciar la toma de conciencia de la necesidad de un cambio social, y todavía tardó dos siglos más, para la caída final del Imperio en Occidente. Además su caída dejó desintegrada la relación de los pueblos, generando la época medieval.

Con el aprendizaje histórico de dicha experiencia, aprendamos que un Cambio de Época, como el que estamos viviendo, en sí mismo no genera en automático una mejor Época. Debemos trabajar arduamente en la educación de las nuevas generaciones, de manera que construyamos un mundo más fraterno y solidario. La exhortación de San Pablo es muy actual cuando afirma: “Todo lo que en el pasado ha sido escrito en los libros santos, se escribió para instrucción nuestra, a fin de que, por la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza”.

Anunciar que el Reino de Dios está ya presente por la Encarnación y Redención realizada por Cristo, es la fuente y sostén de la Esperanza Cristiana. Por eso San Pablo comparte su convicción: “Quiero decir con esto, que Cristo se puso al servicio del pueblo judío, para demostrar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas y que por su misericordia los paganos alaban a Dios, según aquello que dice la Escritura: Por eso te alabaré y cantaré himnos a tu nombre”.

Este tiempo del Adviento es para fortalecer nuestra esperanza, que nunca decaiga nuestro ánimo ante la adversidad, que aprendamos a caminar juntos, con la confianza en Dios Padre y con la certeza de que el Espíritu Santo camina con nosotros. Para animar a nuestro pueblo a caminar juntos y colaborar como buenos hermanos, ha venido Nuestra Madre, María de Guadalupe: ¡Pidámosle a ella, que nos siga alentando en esta gran tarea, de manifestar el Reino de Dios en medio de nosotros!

Madre de Dios y Madre nuestra, conscientes del tiempo tan desafiante que vivimos ante tanta ambigüedad y confusión de mundo actual, donde ha crecido la violencia y el odio, que nos genera sufrimientos y angustias, ayúdanos para que al contemplar el misterio de la Navidad, que manifiesta tu dócil obediencia al Espíritu Santo, sea para nosotros consuelo y esperanza, y aprendamos a transmitir la Fe en Jesucristo, tu Hijo amado.

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos en este tiempo del Adviento a crecer y transmitir la esperanza, recordando la inmensa confianza en el amor a Dios Padre, que mostraste al aceptar engendrar, bajo la sombra del misterio, a tu Hijo Jesús.

Con tu cariño y ternura transforma nuestro miedo y sentimientos de soledad en esperanza y fraternidad, para lograr una verdadera conversión del corazón, y generemos una Iglesia Sinodal, aprendiendo a caminar juntos; así seremos capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino, como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de
Guadalupe! Amén.

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