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El Arzobispo Carlos Aguiar Retes Preside La Misa En La Basílica De Guadalupe. Foto: INBG/Cortesía.

¿CÓMO PUEDO SABER SI EXISTE DIOS? HOMILÍA DEL 12 DE MARZO DE 2023

“Jesús llegó a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía”.

Este Domingo, la Palabra de Dios propone un tema existencial de doble vertiente, las necesidades materiales para alimentar y sostener nuestro cuerpo, y las necesidades espirituales para darle sentido a nuestra vida.

Jesús experimentó en su camino, como cualquiera de nosotros el cansancio y la sed, y aprovechó que sus discípulos fueron a buscar algo de comer, para él satisfacer la sed y el cansancio de la caminata realizada.

Ahí se ubica este hermoso y pedagógico texto del Evangelio de San Juan sobre el encuentro de Jesús y la Samaritana: “Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: Dame de beber”.

Así responde Jesús a las necesidades corporales al buscar de beber y al sentarse, pero también aprovecha para dialogar con una mujer desconocida, cosa inusual en su época, para solicitar el agua y apagar su sed: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”.

La respuesta de Jesús desconcertó a la Mujer: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”. Desatando una conversación, que llevó a la mujer a un prolongado diálogo, del cual ella quedó convencida, que estaba conversando con una persona sorprendente, con un hombre de Dios.

Por eso, ella se lanzó a proclamar al pueblo la inquietud, que Jesús le había suscitado, convirtiéndose en misionera al transmitir su experiencia: “Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías? Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba”.

La respuesta del pueblo fue contundente porque acudieron a encontrarse con Jesús: “Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: Me dijo todo lo que he hecho. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días”.

Así también los pobladores encontraron respuesta a sus interrogantes, y alcanzaron la convicción en su corazón de creer en la Palabra de Jesús, como palabra de vida: “Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo”.

En las circunstancias de nuestro peregrinar, de nuestro diario andar, es conveniente dialogar y transmitir nuestras convicciones con quien se abre al diálogo y acepta compartir sus experiencias.

Para estar preparados a estos encuentros inesperados, que surgen en la cotidianidad de nuestras vidas, es muy conveniente preguntarnos: ¿Ya he encontrado el agua que da vida, que da sentido a mi vida? Para luego continuar interrogándonos: ¿Quiénes son hoy los que necesitan beber del agua que da vida?

La primera lectura presenta la habitual pregunta que surge ante la necesidad, la enfermedad, la injusticia, o cualquier adversidad que sale de nuestras manos el resolverlas. Porque ante el éxito nunca dudamos si está o no Dios con nosotros; pero ante la impotencia surge de inmediato la pregunta: ¿Existe Dios o no y si existe porque no me ha ayudado?

En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, fue a protestar contra Moisés, diciéndole: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?… ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”.

Para responder a esta interrogante es conveniente tener el hábito de examinar las situaciones existenciales que yo he vivido, distinguiendo tres ámbitos de nuestras reflexiones:

El prioritario es el dialogo interior con mi conciencia para examinar mi conducta y descubrir la intervención de Dios, muchas veces a través de los demás y del cumplimiento o fallas de nuestras responsabilidades.

En segundo ámbito consiste en recordar lo vivido en la jornada y recoger las alegrías y las tristezas de dichos encuentros, para ponerlos a la luz de la fe en manos de Dios, que nos ama. Finalmente el tercer ámbito consiste en ubicar dichos encuentros en mis contextos de vida: familiar, laboral, eclesial y social.

El Salmo 94 hoy nos advierte: “No endurezcan su corazón, como el día de la rebelión en el desierto, cuando sus padres dudaron de mí, aunque habían visto mis obras”. ¿Cómo podemos favorecer el desarrollo de nuestra esperanza ante los desafíos actuales? Recordando la Historia de mi pueblo, de mi familia, y mi propio recorrido. San Pablo afirma: “La esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado. En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado”.

Recordemos la Historia que nos recuerda que tenemos alguien, que vela siempre por nosotros: María de Guadalupe: ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? Invoquémosla pues y abramos nuestro corazón a su amor y ternura poniendo en sus manos nuestra súplica confiada.

Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en ti y en tu Hijo Jesucristo.

Te pedimos fortalezcas al Papa Francisco, quien mañana cumple 10 años de haber sido elegido Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo en la tierra. Y durante este periodo ha insistentemente alentado para que seamos una Iglesia en salida, que vaya al encuentro de quienes no han desarrollado su vida espiritual, no han bebido el agua que da vida, que da sentido a la vida.

Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar, lo que Dios Padre espera de nosotros, en este tiempo tan desafiante.

En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.

Auxílianos para que nuestras familias crezcamos en el Amor, y aprendamos a compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.

Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir, que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.

A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tu ejemplarmente lo fuiste; y convertirnos en sembradores y promotores de la paz.

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.

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