¿Dónde buscamos a Dios? Homilía 13 de agosto, Cardenal Carlos Aguiar
“El Señor le dijo: Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar”.
Tres temas suscita la Palabra de Dios este domingo: El primer tema es la búsqueda de Dios.
¿Dónde buscamos a Dios?: “Vino primero un viento huracanado, que partía las montañas y resquebrajaba las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Se produjo después un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Luego vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego.”.
Dios está en el Cielo, en la tierra y en todo lugar, pero no lo percibimos, solo vemos su magnífica obra de la creación, y ella nos permite descubrir su misteriosa presencia.
“Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva”.
Como Elías hay que salir de la cueva, de nuestra zona de confort, y encontrarnos con la realidad, y esa realidad debemos interpretarla auxiliados por su palabra, en nuestro caso por la Palabra de Dios escrita en los Evangelios, y al meditarlos y escudriñar lo que mueve en mi corazón, encontraremos las respuestas para corresponder con nuestras acciones, lo que Dios está esperando que realicemos.
Posteriormente, de manera creciente aprenderemos a mirar la realidad desde nuestro interior, será una mirada contemplativa, y desarrollaremos así nuestro espíritu con la capacidad para percibir la suave quietud de su presencia.
El segundo tema es la reacción ante el alejamiento, de quienes han sido bautizados en el nombre de Cristo, y por tanto, son miembros de la familia de Dios, reconocidos como sus hijos, pero ellos abandonan el camino de la fe.
La experiencia de San Pablo muestra como debemos reaccionar: “Les hablo con toda verdad en Cristo; no miento. Mi conciencia me atestigua, con la luz del Espíritu Santo, que tengo una infinita tristeza y un dolor incesante tortura mi corazón. Hasta aceptaría verme separado de Cristo, si esto fuera para bien de mis hermanos, los de mi raza y de mi sangre, los israelitas”.
El desafiante Cambio de Época que vivimos, con gran celeridad, ha fracturado tanto la transmisión de la fe en las familias, como el estilo de vida de la sociedad; ya que ha generando ambigüedad y confusión en las nuevas generaciones, cuestionando el consenso de los valores humano-cristianos, como la base de la conducta social.
“Ellos son descendientes de los patriarcas; y de su raza, según la carne, nació Cristo, el cual está por encima de todo y es Dios bendito por los siglos de los siglos”.
Cuántos católicos viven hoy estos mismos sentimientos de San Pablo, cuando ven a sus hijos, o a sus nietos, que se han alejado de la vida de fe, del amor a Cristo: Camino, Verdad y Vida.
Sin embargo es oportuno alcanzar como San Pablo la convicción de que Dios no los desampara, y conservar siempre la esperanza, que de alguna manera inesperada volverán a recuperar el don de la fe. Lo cual facilitaremos con el buen testimonio de nuestra conducta, y con la valiente y paciente actitud ante la vida y sus adversidades.
El tercer tema es la necesidad de reconocer con humildad la acción de Dios cuando hacemos el bien a los demás; y orientar a la gente, para buscar la intimidad de la oración y agradecerle su intervención, sin atribuirla a mi ingenio, sino como respuesta generosa de Dios, por lo que a través de mí, ha querido realizar.
Así lo hizo Jesús: “Inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí”.
Estas tres temáticas conducen a la necesidad de ir reconociendo la presencia de Dios y su acción, a través de nuestras actividades, realizadas según su voluntad.
Finalmente la escena central del Evangelio motiva a la confianza en la presencia misteriosa y constante del Espíritu Santo, a lo largo de nuestra vida: “A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: ¡Es un fantasma! Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: Tranquilícense y no teman. Soy yo.
La intervención divina siempre sorprende nuestra imaginación y sus consecuentes suposiciones, especialmente en las situaciones tenebrosas, donde las circunstancias no las podemos controlar, y afrontarlas nos infunden miedo y terror: “Entonces le dijo Pedro: Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua. Jesús le contestó: Ven. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: ¡Sálvame, Señor! Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
Para superar dichas circunstancias es indispensable la fe, la cual hay que desarrollarla para que sea fuerte y capaz de darnos la convicción del permanente acompañamiento de Dios, en nuestro constante peregrinar por esta tierra.
Acudamos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien siempre confío en el acompañamiento de Dios, que nos ayude para que también nosotros seamos fieles discípulos de su hijo Jesús, y ofrezcamos así el testimonio de personas de fe en el desafiante mundo actual.
Acudimos a tí Madre Nuestra, y a Nuestro Padre Dios para que nos ayuden a ser conscientes, que es nuestra responsabilidad heredar en buenas condiciones nuestra Casa Común a todas las criaturas y especialmente a las generaciones futuras.
Tú, Madre querida, bien conoces que Dios es amor, y que nos ha creado a su imagen para hacernos custodios de toda la creación. Abre nuestras mentes y toca nuestros corazones para que respondamos favorablemente al don de la creación.
Asiste a los líderes de las naciones, para que actúen con sabiduría, diligencia y generosidad, socorriendo a los que carecen de lo necesario para vivir, planificando soluciones sociales y económicas de largo alcance y con un espíritu de solidaridad.
Ahora, que todos estamos interconectados y que somos interdependientes, ayúdanos a ser capaces de escuchar y responder al clamor de la tierra y al clamor de los pobres; para que que todos los actuales sufrimientos sean los dolores del nacimiento de un mundo más fraterno y sostenible.
Enséñanos a ser valientes para acometer los cambios, que se necesitan en busca del bien común de toda la humanidad.
- Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.