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Homilía Dominical – Domingo I de Cuaresma

“Dijo Dios a Noé y a sus hijos: Ahora establezco una alianza con ustedes y con
sus descendientes».
Este texto del libro del Génesis marca el inicio de la vida en nuestra casa común,
en nuestro planeta; y nos incluye porque somos las generaciones actuales
descendientes de Noé. Por eso, esta alianza de Dios es también con nosotros;
una alianza significa un pacto entre dos partes. Un pacto, una relación positiva de
ayuda, de auxilio; en este caso, la parte poderosa es Dios, y la parte débil somos
nosotros. Y se da en base a la confianza.
Cuando aceptamos un pacto es porque confiamos en la otra parte. Así nace el
matrimonio, por ejemplo, es un pacto que se hace sacramento, pero que inicia
como un pacto de compartir la vida, de generar hijos, de construir una familia, y se
realiza porque hay confianza y amor entre las dos personas.
También, este pacto es un pacto de amor entre Dios y nosotros: «Pondré mi arco
iris en el cielo como señal de mi alianza con la tierra», el bello arco iris que aparece
después de la lluvia, que da vida a la tierra, nos recuerda esta alianza.
Por eso, es bueno preguntarnos hoy ante esta palabra y esta alianza que Dios ha
hecho con nosotros: ¿Cómo te sientes? ¿Depositamos nuestra confianza en Dios?
Aquellos que se sientan bien contentos, a quienes les ha ido muy bien en la vida, y
aquellos que, al revés, tengan una situación lamentable, alguna situación dolorosa
o angustiante, nos sentimos realmente con confianza en esta alianza que Dios nos
garantiza. O al revés, en lugar de tener esa confianza y ese amor a Dios, tengo
miedo de Él; pienso en su castigo, pienso en sus terribles potencias para hacerme
daño.
Para afianzar que debemos, como buenos discípulos de Jesús, afianzar esta
alianza en el amor, en la confianza, en la esperanza, el apóstol San Pedro nos
recuerda en la segunda lectura: «Hermanos, Cristo murió una sola vez y para
siempre, por el justo y por nosotros, los injustos».
Y eso es lo que debemos meditar durante esta Cuaresma, detenernos, como dice
el Papa Francisco, darnos un espacio para adentrarnos en nuestro corazón y para
renovar nuestra confianza en Dios, recordando que en la Cuaresma y hacia la
Semana Santa, cuando oremos con el Vía Crucis, y expresamos nuestros
sentimientos hacia Jesús por habernos dado todo, hasta su misma vida, una sola
vez y para siempre, renovemos y fortalezcamos nuestra esperanza, nuestra
confianza, nuestra participación en este pacto, para que ante cualquier adversidad
nos sintamos siempre acompañados de la fuerza de Dios.
Esto lo vemos también confirmado en la lectura que hemos escuchado del
Evangelio de San Marcos, cuando vemos que Jesús, después de pasar esos días
de Cuaresma en el desierto, se fue a Galilea a predicar el Evangelio de Dios y
decía: «Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca; conviértanse y
crean en el Evangelio».
La palabra «convertir» significa dar un giro, darle una vuelta a todo aquello que
haya sido dañino, aquello que haya sido irresponsable, aquello en lo que hayamos
actuado de manera incorrecta; dar ese giro, asumamos esta conversión que nos
propone hoy Dios al inicio de esta Cuaresma, recordando que toda la intención,
toda la finalidad de Dios, es implantar su Reino en medio de nosotros y a través de
nosotros.
Jesús, pues, vino para quedarse a través de nosotros, y solo espera tu respuesta,
nuestra respuesta. Él lo ha dado todo, ahora nos toca a nosotros darlo. Esto es lo
que llamamos en la Iglesia la conversión pastoral. No se trata simplemente de la
conversión personal de adecuar mi conducta a los mandamientos de la ley de
Dios, sino de renovar mi confianza en Dios.
La conversión pastoral es renovar mi confianza y mi fe en que Dios camina con
nosotros, que Dios está acompañándonos a través del Espíritu Santo. Esa es la
conversión pastoral que nos orienta a que amemos a ese Jesús, que lo da todo
por nosotros, que nos ama.
La Cuaresma, por tanto, es el tiempo propicio para examinar y revisar nuestra
parte, nuestra respuesta. Lo podemos hacer individualmente, cada uno, pero
también convendría y ayudaría mucho hacerlo en familia, en el ámbito de amistad,
en el grupo que tengamos para el apostolado, en algún movimiento, en alguna
asociación, así como esta peregrinación que hoy nos acompaña desde Puebla.
Son relaciones ya establecidas entre nosotros que tenemos en nuestro propio
contexto. Aprovechemos la oportunidad y revisemos cómo estamos en esta
confianza en Dios, ante las adversidades que debamos afrontar y para que
resulten fecundas, que den frutos positivos para nuestra sociedad.
Pidámosle así a quien vino por eso a nuestras tierras, a María de Guadalupe. Los
invito a ponerse de pie, abrirle nuestros corazones a ella, nuestra madre, y decirle
con toda sinceridad, cuál es nuestra respuesta a todo lo que ha hecho su hijo
Jesús por nosotros.
Tu madre querida, bien sabes que Dios es amor y nos ha creado a su imagen para
aprender a amar y ser amados; para valorar y apreciar nuestra casa común, y así
convertirnos en custodios de toda la creación. Acompáñanos para responder
positivamente a ésta, nuestra común vocación.
Ayúdanos a recordar siempre que Dios es amor, y a capacitarnos para descubrir
que el Espíritu Santo nos acompaña, nos auxilia y nos fortalece. Que podamos
responder con confianza, al igual que tú lo hiciste al acompañar a tu hijo Jesús,
durante toda su vida y especialmente en los momentos mas dolorosos del
Calvario.
El miércoles pasado iniciamos, junto con toda la Iglesia, el Tiempo de la
Cuaresma. El Papa Francisco nos ha invitado a detenernos en nuestras habituales
ocupaciones, y adentrarnos en nuestro interior para examinar nuestras actitudes y
nuestras maneras de relacionarnos con Dios, Nuestro Padre y con quienes
convivimos, nuestros hermanos. Te pedimos, Madre Nuestra, María de
Guadalupe, que nos acompañes en esta encomienda, y aprendamos de tí a mirar
a todos nuestros prójimos como nuestros hermanos.
Con gran confianza, encomendamos al Papa Francisco en tus manos. Fortalécelo
y acompáñalo en su ministerio pontificio. Ayúdanos a responder a su llamado para
renovar nuestra aspiración a ser una Iglesia sinodal, donde aprendamos a
escucharnos, discernir la voluntad de Dios Padre, ponerla en práctica y transmitir
esa experiencia a nuestros semejantes.
Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro
camino como signo de salvación y esperanza. Oh clemente, oh piadosa, dulce
Virgen María de Guadalupe. Amén.

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