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“Dejen su ignorancia y vivirán. Avancen por el camino de la prudencia.” • HOMILÍA XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CARDENAL CARLOS AGUIAR RETES – 18 AGOSTO 2024

Dejen su ignorancia y vivirán. Avancen por el camino de la prudencia.

De esta manera, el libro de los Proverbios afirma que la prudencia es el camino para adquirir la sabiduría. ¿Y qué es la sabiduría? La sabiduría es la experiencia ya hecha realidad en nuestra conducta, de vivir alimentando nuestra espiritualidad, porque no solo somos cuerpo, que es lo que vemos y tocamos; también somos espíritu. Nuestro cuerpo es necesario para esta vida terrena, por eso lo alimentamos, pero es nuestro espíritu, el que permite conducirnos hacia la vida, que nunca termina, hacia la vida eterna.

Por eso, en el Evangelio, como acabamos de escuchar, no entendían a Jesús cuando hablaba de su carne. Él hablaba de su cuerpo, porque es el alimento del espíritu: sus enseñanzas. Lo que iba mostrando a sus discípulos era el camino para desarrollar la espiritualidad, la auténtica sabiduría. Este es el primer aspecto que me parece debemos subrayar de esta palabra de Dios: la prudencia es el camino para adquirir la sabiduría.

Además, San Pablo nos completa el cuadro, cuando afirma que la prudencia es indispensable para afrontar la adversidad. También nos da unos consejos muy oportunos cuando nos encontremos ante la adversidad, ante lo que causa dolor, como la enfermedad y todos los otros aspectos que afectan a este cuerpo mortal. Dice: “Hermanos, tengan cuidado de portarse no como insensatos, sino como prudentes”.

La prudencia para practicarla es indispensable adquirir la cautela. Eso es la prudencia: tener la cautela de pensar, aunque sea un instante, si esto es para mi bien o para mi daño. La cautela es el camino para practicar la prudencia, que nos llevará a la sabiduría.

Y lo dice precisamente en su contexto histórico. A veces pensamos que estamos en un momento histórico muy desagradable, de guerras, y ciertamente el mal está presente. Pero el mal siempre ha estado presente en el mundo. Por eso San Pablo afirma: “porque los tiempos son malos”. Imaginemos, la esclavitud estaba permitida, una persona podía comprar a otra, y ponerla bajo su estricta obediencia. Eso, estrictamente por ley, ya no se da en nuestro tiempo: la esclavitud de las personas.

Además, Pablo ofrece otros consejos. Dice: “Traten de entender cuál es la voluntad de Dios”. ¿Cuál es la voluntad de Dios? ¿Cómo podemos conocerla? Confrontando nuestra posible acción con las enseñanzas de Jesús. ¿Qué es lo que Jesús nos enseña? Por eso se impulsa tanto hoy en la Iglesia, aquí se encuentran hoy fieles de Atizapán de Zaragoza. No me dejarán mentir, ¿verdad? Levanten la mano los que vienen de Atizapán de Zaragoza. Practicamos en mi tiempo de Arzobispo de Tlalnepantla la “lectio divina”, es decir, conocer las enseñanzas de Jesús en los Evangelios para poder así, como dice Pablo, tener la capacidad de descubrir la voluntad de Dios en los contextos concretos que nos toca vivir.

Luego, aún da más consejos: “No se embriaguen, porque el vino lleva al libertinaje”. Nunca hay que perder la capacidad de mi voluntad, de no dejarme llevar simplemente por los instintos naturales: Me siento contento, bebo más vino, más licor, y quiero seguir contento bebo más. Y San Pablo dice: “No, no se embriaguen. Eso lleva al libertinaje”, porque vas a cometer tonterías necesariamente. Tienes que ser moderado, cauteloso: hasta dónde es lo que debo beber, hasta dónde es lo que debo comer.

Y todavía añade San Pablo: “Expresen sus sentimientos”. Nos dice que el canto es precisamente una de las formas en que podemos expresar nuestros sentimientos, cantando juntos. Y eso sí que nos encanta en México, ¿verdad? De ahí nacieron los mariachis, de ahí nacieron las orquestas, por eso tenemos coros en la iglesia. El canto nos abre a esa perspectiva, de lo que vamos deletreando en el canto, lo vamos asimilando, y nos ayuda a que penetre en nuestro corazón, cantando con todo el corazón las alabanzas al Señor.

Estas son las características que San Pablo ofrece como buen consejero para adquirir la prudencia, y mediante la prudencia, la sabiduría. Finalmente, recordando lo que dije al inicio sobre el Evangelio de hoy: la Eucaristía, presencia de Jesús, nos ayuda a fortalecernos para entrar en comunión con Él.

Cuando los judíos le dicen: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. No, no les estaba hablando de “carnitas” o de todo eso que nos gusta mucho en nuestro pueblo, de las comidas sabrosas. Jesús estaba hablando del espíritu, de cómo lo podemos alimentar. Por encima de la preocupación del hambre en el estómago, tenemos que aprender a descubrir el hambre de ser buenos, de conducirnos bien, de comportarnos como Dios quiere. Y eso es lo que nos da Jesús en la Eucaristía.

Por eso es tan importante venir a misa los domingos, para escuchar a Jesús y entrar en comunión con Él, ya sea de manera espiritual, como lo estamos haciendo en este momento escuchando la Palabra de Dios, o incluso quienes están preparados, de forma eucarística, comulgando el Cuerpo de Jesús en la hostia consagrada. Esta es la garantía que tenemos para estar tranquilos siempre en la vida, pase lo que pase, porque tenemos la certeza, de que alcanzaremos la vida eterna, gracias a esta constante comunión con Cristo en la Eucaristía.

De manera que entonces, como decíamos cantando en el salmo: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”. A ver, si se lo saben, esa frase, digámosla todos juntos: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”. A eso nos invita Él hoy, en este domingo, a hacer la prueba de caminar en la prudencia, en la cautela, para llegar a ser sabios, y sabernos conducir en la vida, de forma que lleguemos juntos a la vida eterna.

Ahora también pidámoselo así, a quien lo vivió, a esta mujer sabia que supo descubrir la voluntad de Dios en su vida en cosas totalmente difíciles de entender: ser virgen y a la vez madre. ¿Cómo puede ser esto?, le preguntó al Arcángel Gabriel. “el Espíritu Santo vendrá sobre tí y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Y fue posible: Encarnó a Jesús, para que el hijo de Dios se hiciera hombre. Digámosle a ella nuestra petición, nuestro anhelo de ser hombres, que vivamos sabiamente en esta peregrinación terrena.

Nos ponemos de pie para abrirle nuestro corazón a ella, y suplicarle que nos conduzca y nos ayude:

Madre nuestra, María de Guadalupe, tú que fuiste una mujer sabia, que actuaste con prudencia preguntando al Arcángel Gabriel cómo sería posible tu virginidad a la par de la maternidad. Ayúdanos para adquirir la virtud de la prudencia que nos conduzca a la sabiduría, y a confiar en la palabra de Dios, practicando la “Lectio divina” y la “Conversación en el Espíritu”, para descubrir nuestra vocación y misión en esta vida.

Necesitamos tu intercesión para lograr vivir y transmitir a nuestros semejantes la importancia de ser prudentes como tú lo fuiste, y adquirir la sabiduría en el camino de la vida.

Tú, madre querida, experimentaste en la obediencia a Dios y viviste en plenitud que tu hijo Jesús es la Encarnación del amor, camino para descubrir “al verdadero Dios, por quien se vive”. Auxílianos para descubrir la importancia de participar cada domingo de la Eucaristía, y alimentarnos con la presencia de tu hijo: “Pan Vivo que ha bajado del cielo”.

Intercede por nosotros ante tu hijo para que envíe el Espíritu Santo y nos guíe, nos acompañe y nos ilumine, para que caminemos bajo la luz de la fe hacia la Casa del Padre, dando testimonio con nuestra conducta.

Todos los fieles aquí presentes nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María de Guadalupe. Amén. 

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