Cuidar al prójimo: el ejemplo de san Pier Giorgio y san Carlo Acutis, Cardenal Carlos Aguiar Retes
¿Quién es el hombre que puede conocer los designios de Dios,… Si Tú no le das la sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde lo alto?
Con estas palabras, el libro de la Sabiduría expresa que la sabiduría es indispensable para poder descubrir a Dios en nosotros, pero que solo se logra con la asistencia del Espíritu Santo, quien nos capacita para conocer y vivir lo que Dios Padre espera y quiere de nosotros.
Por eso dice: “¿Quién conocerá tus designios si Tú no le das la sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde lo alto?” Solo con esa Sabiduría —continúa el texto— los hombres lograron enderezar sus caminos y conocer lo que agrada a Dios.
La sabiduría no significa tener mucha ciencia ni acumular conocimiento intelectual. No se refiere únicamente a lo que con la inteligencia podemos ir desarrollando, sino a la experiencia de caminar en la vida conforme a lo que Dios quiere de nosotros.
En la segunda lectura encontramos un ejemplo, un testimonio muy importante de cómo la sabiduría muestra el camino en nuestra vida diaria. Dice san Pablo en su carta a Filemón: “Yo, Pablo, quiero pedirte algo en favor de Onésimo.”
Onésimo había sido esclavo de Filemón y se escapó. Fue acusado, apresado y llevado a la cárcel. Ahí conoció a Pablo, quien lo evangelizó. Y escribe Pablo: “Te lo envío como hermano amadísimo, porque él ya lo es para mí.”
Por eso pide a Filemón: “Si me consideras como compañero tuyo, recíbelo como a mí mismo.” Ese trato de hermano es el que debemos alcanzar en la relación con el prójimo, especialmente con aquel que se encuentra en grave dificultad.
Esto mismo vivieron desde su adolescencia Pier Giorgio Frassati, en el siglo XX, y más recientemente Carlo Acutis, ya en la era digital. Ambos, en silencio, ayudaban a los necesitados, ejercían la caridad y trataban al indigente como a un hermano.
Por eso, el Papa León XIV dio continuidad al proceso iniciado por el Papa Francisco; y hoy, en Roma, los ha canonizado santos. Ya no solo beatos, sino santos. Ellos son ejemplo para nuestros adolescentes y jóvenes, tan expuestos a la esclavitud de las redes digitales, a las adicciones y a la inducción al mal.
Hoy necesitamos afrontar este desafío. ¿Cómo hacerlo? Jesús nos da un criterio muy importante en el Evangelio de hoy cuando dice: “Si alguno no me prefiere por encima de su papá, de su mamá, de todos, no puede ser mi discípulo. El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.”
¿Qué nos exige Jesús? Que necesitamos el discernimiento para elegir siempre lo que Dios quiere de nosotros. Esa es nuestra cruz, la que debemos asumir.
Debemos superar la envidia, los celos, la comparación con quienes parecen tener más inteligencia, riqueza o influencia. El discernimiento consiste en descubrir lo que Dios quiere de mí, no lo que yo anhelo según mis propios deseos. Y cuando lo descubrimos, debemos asumir ese camino, esa es nuestra cruz.
Por eso concluye el pasaje de hoy: “Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo.” Las cosas, los bienes, las relaciones, son secundarias. Lo esencial es poner a Jesucristo en el centro, porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Por ello respondíamos cantando en el salmo: “Tú eres, Señor, nuestro refugio.” Esa es la expresión del discípulo verdadero de Cristo: fraternizar con el prójimo. Así podemos proclamar lo que cantábamos en la aclamación antes del Evangelio: “Señor, mira benignamente a tus siervos y enséñanos a cumplir tus mandamientos.”
Pidámosle a María de Guadalupe, quien supo escuchar, discernir y actuar según la voluntad de Dios. Venimos con alegría a su encuentro, porque ella es la madre que intercede por nosotros. En un breve momento de silencio, pongámonos de pie y abramos nuestro corazón a ella, para que interceda por nosotros y sepamos discernir y asumir nuestra propia cruz.
Bendita seas Madre Nuestra, María de Guadalupe, con gran confianza, ponemos en tus manos al Papa León, fortalécelo y acompáñalo para que continúe indicándonos los procesos y actitudes, que debemos desarrollar para caminar sinodalmente.
Auxílianos Madre a encender el fuego de nuestro corazón para afrontar las adversidades, y ser capaces de ofrecer con nuestra vida un testimonio convincente, de que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Con tu ayuda y ejemplo podremos ser discípulos de tu Hijo Jesús, capaces de discernir la voluntad de Dios Padre y de fraternizar con nuestros prójimos; logrando así la Sabiduría que nos permita asumir nuestra propia cruz de cada día.
También intercede, para que Dios Padre, envíe al Espíritu Santo, y mueva el corazón de aquellos, que están provocando los enfrentamientos bélicos, y así cesen los conflictos, y vuelva La Paz, especialmente en Tierra Santa y el Medio Oriente.
Todos los fieles aquí presentes este Domingo nos encomendamos a ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.
