Homilía- ¿Tenemos el deseo de ser libres?- 14/03/21
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
La fe cristiana cree en un Dios que es amor, según lo reveló Jesucristo, y la explicación del mal es consecuencia de la libertad del hombre, quien fue creado como imagen y semejanza de Dios. El amor exige necesariamente la libertad, y la verdadera libertad es tener la capacidad de decidir el bien o el mal. Al decidir el mal, se violenta de distinta manera el orden de la Creación, el orden tan admirable del Universo y de la Tierra en particular, generando constantemente complicaciones y deterioro de las condiciones de vida. Cuando las decisiones por el mal de la humanidad se multiplican, vienen las terribles consecuencias de destrucción y muerte.
La presencia del mal en el mundo siempre ha sido, es y será una interrogante para todas las generaciones. En general la humanidad ha respondido a la interrogante, dejando la responsabilidad a Dios o a los dioses, según cada creencia religiosa; e incluso muchos ateos sostienen como argumento a su posición de incredulidad, que si hubiera un Ser superior llamado Dios, no existiría el mal en la tierra.
En la Historia bíblica, casi en todo el antiguo testamento, se encuentran constantes expresiones en que el Pueblo de Israel también interpretaba el mal como castigo de Dios, cuando en realidad era consecuencia de sus malas decisiones: “El Señor, Dios de sus padres, los exhortó continuamente por medio de sus mensajeros, porque sentía compasión de su pueblo y quería preservar su santuario. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus advertencias y se mofaron de sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo llegó a tal grado, que ya no hubo remedio”.
Es muy fácil descargar nuestras lamentaciones atribuyéndoselas a Dios, sin embargo, Él tiene paciencia milenaria, compasión y misericordia para fortalecer el espíritu de todos los que obran buscando el bien de los demás. Lentamente en un largo proceso, que culminó con Jesucristo, quedó manifiesta la naturaleza del Dios de la vida, cuya capacidad de amar se expresa en la infinita paciencia y misericordia con la humanidad: “La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran”.
La libertad es una condición indispensable para amar, solo el ser libre puede elegir, decidir y actuar en consecuencia para bien o para mal. A pesar del gran riesgo que implica, no hay otro camino que la libertad para capacitarnos en el amor. La definición de amor, no es simplemente dar gusto a los sentidos, ni tampoco es dar o recibir halagos, bienes, o la ayuda para cumplir metas, no obstante que sean buenas.
El amor al que se refiere san Juan es el que vivió Jesucristo como hombre al haberse encarnado, entregar su vida buscando el bien de los demás, servir sin esperar recompensa, amar hasta el extremo de entregar su vida misma, revelando la verdad sobre Dios y sobre el hombre; para darnos así ejemplo vivo del amor de Dios su Padre, y para revelar lo que espera Dios de nosotros: que aprendamos a amar para compartir con él su naturaleza por toda la eternidad.
Encontramos una amplia gama de enseñanzas que muestran una y otra vez, que Dios es misericordioso y quiere nuestro bien. Como lo escuchamos en voz de san Pablo: “Hermanos: La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados”.
Si Jesús afronta el sufrimiento de la pasión y muerte es para mostrarnos que también nosotros debemos seguir su ejemplo cuando nos encontremos ante el sufrimiento, el dolor, la injusticia, o la muerte misma. La fortaleza nos vendrá como don del Espíritu de Dios, nuestro Padre, que tanto nos ha amado, y por eso envió a su Hijo al mundo. El es, el Dios de la vida y no de la muerte: “Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”.
Es conveniente preguntarnos en esta Cuaresma: ¿Tengo deseos de ser libre y caminar acorde a la Verdad; o prefiero seguir en la noche, sumido en las tinieblas, sin rumbo en mi vida? ¿Me dirijo a Dios con la conciencia de que me ama entrañablemente y que hará por mí todo lo que me auxilie y ayude para seguir a Jesús?
Cuando se opta por el bien común, pensando en toda la sociedad, la consecuencia son bendiciones y prosperidad no necesariamente material de comodidades, sino una prosperidad de crecimiento en la fraternidad universal, solidaria, subsidiaria y de vida digna para todos, y consecuentemente en un ambiente de Justicia y de Paz.
Por ello, los invito a preguntarse: ¿Descubro el plan salvífico de Dios para la humanidad? ¿Me entusiasma y me llena de esperanza conocer la razón por la que Dios Padre envió a Jesús al mundo?
Sin embargo uno debe tener muy en cuenta lo que afirma san Pablo, para no caer en la soberbia espiritual de considerarnos mejores que los demás, porque hemos descubierto su amor y su misericordia: “En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios. Tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos”.
Debemos transmitir el amor, por gracia de Dios, como lo hace Nuestra Madre, María de Guadalupe. Invoquemos su auxilio para seguir sus pasos y llegar a ser humildes y fieles discípulos de su Hijo, y así promovamos ante esta pandemia, una sociedad fraterna, donde nuestros vecinos y conocidos encuentren un ambiente propicio de ayuda mutua y de solidaridad.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén.