Homilia- Las bienaventuranzas son fuente de verdadera alegría- 12/02/22
“Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos”.
El profeta Jeremías anuncia con claridad la indispensable necesidad de aprender y crecer en la confianza en el Señor, Nuestro Dios: Bendito el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. La confianza la podemos definir como la expresión de la conducta humana de quien se sabe amado. Uno deposita su confianza en quien ha percibido cercanía, afecto, ayuda, protección y cariño. Los padres ofrecen, especialmente la madre, dicha experiencia, y cuando así sucede, el niño crece con el valor de la autoestima, y adquiere espontáneamente la conciencia de su propia dignidad y descubre con relativa facilidad la dignidad de las otras personas.
Por eso, los Padres de familia tienen la gran tarea de testimoniar el amor a sus hijos, es la mejor forma de prepararlos para que sean personas capaces de fraternizar y de socializar afable y positivamente con sus prójimos. Serán así ciudadanos, que favorecen y fomentan la sana convivencia social, y serán respetados y apreciados por su conducta.
Pero además, adquirir la virtud de la confianza capacita para recorrer la vida a la luz de la Fe. Porque de la misma manera que confían los hijos en su Padre y Madre, de esa manera confiarán con mayor facilidad en Dios, Nuestro Padre, y escucharán y asumirán las enseñanzas del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, como luz y orientación para sus vidas.
La confianza va gradualmente creciendo a la luz de la fe y a la vez fortaleciendo la esperanza, que es la virtud indispensable para afrontar los conflictos, las desavenencias, los sufrimientos y las adversidades de todo tipo, porque sabe que alguien, que lo ama entrañablemente y le ha otorgado la vida, lo acompaña y está para ayudarle.
Aún más, la confianza lleva a la persona a compartir lo que es y lo que tiene, de esta manera aprende a amar. Así la confianza nos conduce al amor, es decir nos prepara para encontrarnos con quien es el Amor, Dios Trinidad: Padre, Hijo, y Espíritu Santo. La confianza es pues la virtud que necesitamos para llegar a la Casa del Padre, bien preparados.
Por este camino comprenderemos mejor las bienaventuranzas de Jesús: «Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo”.
En cuanto a las lamentaciones y advertencias, con las que Jesús alerta a sus discípulos, tienen la finalidad de señalar tres actitudes recurrentes en el ser humano, que debemos superar para mantenernos en el camino de las bienaventuranzas; ya que ofrecen la felicidad que es pasajera pero seductora, y nublan la razón, debilitando la voluntad para asumir las decisiones correctas.
La primera lamentación: “¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo!” indica la codicia y la ambición, que se apodera del corazón y pone como prioridad de la vida la riqueza a toda costa.
La segunda y tercera lamentación: “¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena!” señala la satisfacción sin límites de la sensualidad y el placer, tanto en el comer como en el instinto sexual, que ensordece la conciencia, porque conceden al cuerpo lo que pide, dejando de lado la voz del espíritu.
Finalmente la cuarta lamentación: “¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”. Expresa la búsqueda de la alabanza para la salvaguarda de la propia imagen, y el quedar bien por encima de todo, a costa de la verdad y la justicia.
Las tres actitudes señalan los puntos necesarios para examinar con frecuencia nuestra conducta y evitar caer en ellas; y así recorrer el camino de las bienaventuranzas enunciadas, experimentando que son la fuente de la verdadera alegría. Por eso San Pablo con toda claridad advierte: “Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan sólo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos”.
Preguntémonos por tanto: ¿En qué situación me encuentro, cómo he recorrido la vida hasta ahora? Examinando nuestra conducta encontraremos lo que debamos corregir y lo que debamos continuar afianzando. Así podremos adquirir la virtud de la confianza en Dios, vivir iluminados por la luz de la fe, crecer en la esperanza, y ejercitarnos en la amistad y en el amor.
Si lamentablemente he equivocado el camino, es el momento oportuno para pedir a Dios perdón, y reconciliarme conmigo mismo y con quienes convivo y me relaciono. Jesús no espera que vayamos todos y al mismo tiempo en el camino correcto, y siempre está dispuesto a perdonar y ofrecer el don del Espíritu Santo para nuestra conversión, para nuestro reencuentro con mi fe y con mis hermanos, para recuperar el tiempo perdido.
Invoquemos a Nuestra Madre, María de Guadalupe, quien vivió el camino de las bienaventuranzas, y está con nosotros para transmitirnos el amor y la ternura, que nos sostenga ante las seducciones del mal.
Oh María, Madre nuestra, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza; porque has venido aquí para mostrarnos el cariño y la ternura necesaria, que nos permite confiar en tí y en tu Hijo Jesucristo.
Tú, Esperanza del pueblo mexicano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que nos ayudarás a interpretar lo que Dios Padre espera de nosotros, en esta prueba mundial de la Pandemia.
Ayúdanos en esta Cuaresma a convertir nuestras penas y llantos en ocasión propicia para descubrir que a través de la cruz conseguiremos la alegría de la resurrección.
En ti confiamos, Madre del Divino Amor, guíanos con la luz de la Fe y la fortaleza de la Esperanza para cumplir la voluntad del Padre, discerniendo en comunidad, lo que el Espíritu Santo siembra en nuestros corazones.
Auxílianos para crecer en el Amor, y compartir lo que somos y tenemos con nuestros hermanos más necesitados.
A ti nos encomendamos, Madre de la Iglesia, para ser buenos y fieles discípulos de Jesucristo, como tú ejemplarmente lo fuiste.
Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios, no desprecies nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita. Amén.