Homilía- El regalo que Dios nos ha dado- Misa Navidad- 25/12/21
“Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
Dios ya había hablado y se había comunicado con la humanidad a través de su obra creadora, y especialmente de la hermosa Casa Común que le preparó, y especialmente se dirigió a su pueblo elegido Israel, enviándole diversos mensajeros.
Así lo hemos escuchado en la segunda lectura de la Carta a los Hebreos: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por medio del cual hizo el universo”.
El Hijo de Dios es la Palabra que comunica, con la fuerza del Espíritu Santo, lo que escucha del Padre. El Hijo al encarnarse se ha hecho Palabra para establecer el diálogo permanente que generará vida y vida en abundancia, en todo aquel que la escuche y la ponga en práctica.
La misma Carta afirma: “El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa. Él mismo, después de efectuar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad de Dios, en las alturas, tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más excelso es el nombre que, como herencia, le corresponde”.
De ahora en adelante el hombre sabrá comunicarse con Dios, como un hijo se relaciona con su padre, y que teniendo semejante Padre tomará conciencia que ha nacido para la eternidad; y descubrirá que la gracia y la verdad son mayores dones que el conocimiento de la ley y de las normas, éstas son indicadores para señalar el camino de la vida, pero escuchar y dialogar con el Hijo es comunicarse con Dios Trinidad. Por eso Jesús se definió como el Camino, la Verdad, y la Vida.
¿Descubres que este camino se realiza como comunidad y no aisladamente ni individualmente? De ahí se desprende la necesidad de la Iglesia, como expresión de la experiencia comunitaria, lugar de encuentro con Dios y con los hermanos creyentes.
El profeta Isaías con gran alegría anunció lo que en Jesús se concretó: “¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, al mensajero que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Sión: «Tu Dios es rey»! Escucha: Tus centinelas alzan la voz y todos a una gritan alborozados, porque ven con sus propios ojos al Señor, que retorna a Sión”.
El envío de un mensajero, Juan Bautista, quien anunció que él era solo testigo de la luz, tuvo buena respuesta, pero se quedó corta ante la llegada de la luz, que era la misma vida. La promesa que Dios había hecho a su pueblo de enviar un Mesías para establecer un Reino superior al de David, la ha cumplido de una manera tan sorprendente e inimaginable, que el propio pueblo preparado para recibirla, no supo reconocer la inmensa gracia de recibir al mismo Hijo de Dios.
“Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios”.
Son dos aspectos indispensables a considerar para adentrarnos y valorar el gran don, con el que Dios Padre ha manifestado su inmenso e inconmensurable amor por todos los hombres: el cumplimiento de la promesa y la superación a la expectativa mesiánica del pueblo elegido.
Dios ha asumido nuestra condición humana en la persona del Hijo, de Jesús de Nazaret: para enseñarnos a recorrer el camino de la vida, para aprender a disfrutar los gozos y esperanzas, y cómo afrontar las tristezas y angustias, los sufrimientos e injusticias. Esto es lo que con gran alegría celebramos en la Solemnidad de la Navidad.
La maravilla no es solamente que ha llegado la vida misma, fuente de la luz que ilumina las tinieblas, sino que, quien la acepta nace de nuevo y es engendrado como hijo de Dios, y como tal está invitado a participar de la gloria de Dios, y a recibir la gracia y la verdad. En una palabra, como hijo verá a Dios y participará de su vida divina.
Por eso la Navidad culmina con la Pascua. La encarnación del Hijo de Dios ha tenido la clara finalidad de redimir al hombre de sus extravíos y pecados, de sus angustias y ansiedades, de sus fallas y limitaciones para llevarnos a disfrutar de la auténtica alegría, que propicia el amor auténtico de saber, que quien nos regaló la vida lo ha hecho por el inmenso amor que nos tiene.
¿Comprendo la grandeza del regalo que Dios nos ha dado al enviarnos a su Hijo como Mesías, y al destino que nos ha preparado? ¿Te llena de confianza y de esperanza?
Escuchando a Dios Hijo, la humanidad podrá caminar con la luz necesaria para superar las tinieblas del error, y convertirse en discípulo y miembro de la comunidad mesiánica, proyectada desde y para la eternidad.
La Navidad se ha celebrado como fiesta familiar, una ocasión de encuentro entre quienes más viven y expresan el amor y se mantienen en él, convirtiéndose en células de la sociedad para fomentar y acrecentar la fraternidad y la solidaridad.
Expresémosle a Dios, Nuestro Padre, nuestra gratitud por el gran don que hemos recibido en la persona de Jesús, y por sus Padres María y José, quienes aceptando la voluntad divina hicieron posible la Encarnación del Hijo de Dios. ¡Feliz Navidad!