Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi – 03/06/21
“Cristo es el mediador de una Alianza Nueva. Con su muerte hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la Antigua Alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que él les había prometido”.
Una alianza es un pacto entre dos partes, que aceptan y se comprometen a cumplir cada parte lo acordado. Aproximadamente en el siglo XII antes de Cristo, Moisés con la ayuda de Dios y enviado por El, liberó de la esclavitud que sufrían en Egipto los descendientes de los Patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob. Los condujo al Monte sagrado del Sinaí, y ahí en presencia del pueblo, que reconocía la mano de Dios por los prodigios realizados para salir de Egipto, fue el mediador entre Dios y el pueblo liberado para pactar una alianza consistente en el compromiso, de todos los miembros del pueblo y de sus futuros descendientes, de cumplir los diez mandamientos; y Dios, por su parte, cuidaría y protegería a su pueblo.
Así narra el libro del Éxodo: “Moisés bajó del monte Sinaí y refirió al pueblo todo lo que el Señor le había dicho y los mandamientos que le había dado. Y el pueblo contestó a una voz: Haremos todo lo que dice el Señor”.
La observancia del Pacto por parte del pueblo se renovaba cada año con la fiesta de la Pascua, se ofrecía el sacrificio de un cordero por cada familia y se procuraba asistir al Templo de Jerusalén. A esta celebración a lo largo de los años se sumaron otros sacrificios de animales, que durante el año los miembros del pueblo ofrecían a Dios para renovar su fidelidad y recibir la ayuda divina. Por tanto, la relación con Dios para renovar la alianza y ser perdonados por el incumplimiento de los mandamientos era mediante el sacrificio de una ofrenda.
Así, antes de la venida de Jesucristo, la experiencia del hombre con Dios se concretó en base a ritos religiosos de ofrendas para agradar a Dios y obtener su ayuda. Así preparó Dios mismo al pueblo de Israel, orientando sus ritos, acompañados de enseñanzas de los Patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob, de líderes como Moisés, de jueces y Reyes como David, y especialmente de muchos profetas, que orientaron al pueblo, a no solamente ofrecer sacrificios a Dios, sino a conocer sus mandamientos y su doctrina que debían practicar en la vida diaria.
¿En qué consiste la novedad de la Alianza que ha realizado Jesucristo, en favor nuestro, para facilitar y llevar a plenitud la relación de todo ser humano con Dios vivo?
Jesús siendo el Hijo de Dios, no solo representa al Padre y al Espíritu Santo, sino Él mismo es Dios. Tiene en su persona dos naturalezas, la divina como Hijo de Dios, y la humana, que asumió al encarnarse en el seno de la Virgen María; por tanto, Cristo en su persona unió lo divino con lo humano. Pero además como Hijo, habla en nombre de su Padre, como lo explicita san Juan en su Evangelio. El es la Palabra del Padre, y como hombre expresa con su vida la manera de corresponder a esa Palabra del Padre.
Pero no solamente eso, sino además con su ofrenda existencial, llevada hasta el extremo de la muerte en cruz por amor, obtenemos el perdón de nuestros pecados; y nos otorga el acompañamiento del Espíritu Santo para que podamos seguir su ejemplo y aprendamos a perdonar, reconciliar y amar a la manera como Dios nos ama.
Finalmente, nos ha dejado su presencia en este Sacramento de la Eucaristía: “Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua… Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen: esto es mi cuerpo. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos”.
En la participación de la Eucaristía nutrimos nuestra inteligencia y nuestra voluntad, escuchando reiteradamente la Palabra de Dios, especialmente con la lectura del Evangelio; y alimentamos nuestro espíritu con su presencia, misteriosa pero real, en el pan y vino consagrado, por mandato explícito de Jesús, para obtener la fortaleza necesaria y seguir sus huellas. La Eucaristía al reunirnos como comunidad de discípulos suyos, propicia la comunión fraterna, y la edificación de la civilización del amor.
Por eso, Jesucristo es mediador de una alianza nueva y perfecta, que manifiesta la infinita misericordia, que Dios Padre tiene por la Humanidad entera. Dios es espíritu puro y eterno, nosotros somos creaturas de Dios, favorecidas con un espíritu para tener vida temporal, transitoria, pero destinadas para compartir la eternidad con Dios. Por tanto la relación entre Dios y sus creaturas es desigual y por tanto difícil de alcanzar.
Solamente con la ayuda de Jesucristo y del Espíritu Santo podremos desarrollar nuestro propio espíritu, descubriendo el instinto innato para descubrir nuestra propia persona, su origen, y su destino; y una vez descubierta nuestra contingencia y fragilidad, buscar el auxilio de quien me creó.
Aquí la experiencia de relación con nuestros progenitores, con la familia propia, y con los demás contemporáneos, participando en la Eucaristía, al menos dominical, tomaremos conciencia de manera espontánea, de la necesidad del auxilio y la ayuda, en quienes descubrimos el testimonio del seguimiento de Jesucristo, y así recibiremos el consejo para descubrir la Voluntad de Dios, y asumirla en obediencia a Dios Padre.
De esta positiva experiencia de relación humana, personal y comunitaria, experimentaremos con mayor facilidad, la bondad y el amor, y generalmente propiciaremos el surgimiento de la relación con Dios Trinidad, y mantendremos nuestro hábito de dirigirnos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la oración. ¡Que así sea!