Homilía- La sociedad necesita escuchar la voz de Dios- 26/09/21
“Josué,… que desde muy joven era ayudante de Moisés, le dijo: Señor mío, prohíbeselo». Pero Moisés le respondió: ¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta, y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”.
Qué magnífico deseo de Moisés: “Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta, y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”. De manera semejante le sucedió a Jesús con sus discípulos: “Juan le dijo a Jesús: Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. El celo, el sentirse privilegiados y únicos de recibir las enseñanzas de Jesús, y de haberlo conocido y haber recibido la invitación a ser sus discípulos, les propiciaba la mirada corta sobre la misión universal de Jesús.
“Jesús le respondió: No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está en favor nuestro”. Jesús actuó como Moisés, aclarando la amplitud de su misión, y la necesidad de aceptar en la comunidad a todos los que lo aceptan y lo invocan para actuar en su nombre. Ser profeta consiste en desarrollar la experiencia de un dinamismo entre la escucha de la Palabra de Dios y el discernimiento sobre mis decisiones y acciones, en dar testimonio de ellas, en mi cotidianidad, transmitiéndolas entre mis compañeros de vida: familia, amistades, ambiente laboral y social.
El profetismo cristiano se fundamenta en la recepción de los Sacramentos de iniciación: Bautismo, Confirmación, y Eucaristía, en los dos primeros recibimos el Espíritu Santo, en el bautismo para ser adoptados como hijos de Dios, en la confirmación para dar testimonio de mi seguimiento de Cristo, como buen discípulo suyo; y en la Eucaristía soy fortalecido por el mismo Cristo para darlo a conocer a mi prójimo. Así se comprende, que el profetismo es “hablar en nombre de Dios” con el testimonio de mi vida y mi conducta para darlo a conocer, y proclamar sus acciones e intervenciones en favor de la comunidad y de la humanidad.
Preguntémonos qué entiendo por ser profeta, y descubramos la importancia, tanto personal como social, del desarrollo y puesta en práctica del profetismo. En todo tiempo, pero especialmente ante los grandes desafíos actuales, la sociedad necesita escuchar la voz de Dios, para vivir y transmitir los auténticos valores como es el respeto a la vida, desde su concepción y hasta la muerte. Es una magnífica oportunidad para ejercitar nuestro profetismo, participar el próximo domingo 3 de octubre en la marcha por la vida.
El apóstol Santiago ofrece un elemento complementario al advertir la necesidad de tomar conciencia de la transitoriedad de la vida terrestre y de todos sus atractivos. Por ello, el Apóstol habla muy fuerte a quienes solo buscan lujos y placeres, y comenten graves injusticias con tal de obtenerlos: “El salario que ustedes han defraudado a los trabajadores que segaron sus campos está clamando contra ustedes;… Han vivido ustedes en este mundo entregados al lujo y al placer… Han condenado a los inocentes y los han matado, porque no podían defenderse”. Estos señalamientos del Apóstol deben servirnos para descubrir la importancia de vivir los Principios del “Destino universal de los bienes”, “la solidaridad”, y “la subsidiaridad” como lo enseña la Doctrina Social de la Iglesia.
La recomendación de Jesús va todavía más allá que la de Santiago, ésta es un inicio. Jesús amplia el horizonte al afirmar : “Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar”. Indica así la gravedad de seducir y propiciar que un inocente mienta para cometer una injusticia o un grave daño a un prójimo o a una comunidad; es decir, Jesús denuncia la manipulación de la conciencia.
Este daño a la gente sencilla hay que evitarlo a toda costa, por eso Jesús advierte de manera fuerte, intensa y radical con afirmaciones contundentes para dejar muy clara la gravedad de toda manipulación: “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo,….
Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
¿Cómo podemos prepararnos para ser fieles discípulos de Jesucristo y no caer en semejante pecado? En el Salmo 18 hemos escuchado la importancia de invocar el auxilio divino para superar la soberbia: “Aunque tu servidor se esmera en cumplir tus preceptos con cuidado, ¿quién no falta, Señor, sin advertirlo? Perdona mis errores ignorados. Presérvame, Señor, de la soberbia, no dejes que el orgullo me domine; así, del gran pecado tu servidor podrá encontrarse libre”.
Por tanto, nos conviene trabajar por ser humildes, es decir, reconocer mi fragilidad, dominar el orgullo, superar los celos y envidias. Generar este proceso es difícil al inicio, pero a medida que desarrollamos la humildad, cada vez será más fácil mantenerla. Además la superación de la soberbia nos ayuda a ser libres, a superar tensiones, y a gozar y agradecer lo que otros hacen en favor de los necesitados.
En otras palabras la superación de la soberbia me conduce a la libertad, y la libertad me capacita para experimentar el verdadero amor, el amor de Dios. Y una vez iniciado así el camino de seguimiento a Jesucristo, encontraremos siempre la verdad, la capacidad para discernir entre el bien y el mal, y descubriremos en qué consiste la verdadera vida que nos espera para toda la eternidad. La misión de la Iglesia es precisamente ofrecer las enseñanzas de Jesucristo, y acompañar a los fieles para que seamos todos profetas. Nos convertiremos así en levadura que fermenta la masa de la sociedad, logrando que emerja la civilización del amor.
Invoquemos a nuestra Madre, María de Guadalupe, que vino a nuestras tierras precisamente para dar a conocer a su Hijo, cumpliendo así su misión profética para bien de nuestro pueblo. Sigamos su ejemplo y ciertamente recibiremos su auxilio.
Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.
Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.
Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración. Ayúdanos a ser profetas como tú lo fuiste con nosotros.
Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de Guadalupe! Amén