La Natividad del Señor
El día veinticinco de diciembre, pasados
innumerables siglos desde la creación del mundo, cuando en el principio Dios creó
el cielo y la tierra y formó al hombre a su imagen; después también de muchos
siglos, desde que el Altísimo pusiera su arco en las nubes tras el diluvio como
signo de alianza y de paz.
Veintiún siglos después de la emigración de Abrahán, nuestro padre en la fe, de
Ur de Caldea; trece siglos después de la salida del pueblo de Israel de Egipto bajo
la guía de Moisés; cerca de mil años después de que David fuera ungido como
rey.
En la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel; en la Olimpiada ciento
noventa y cuatro, el año setecientos cincuenta y dos de la fundación de la Urbe, el
año cuarenta y dos del imperio de César Octavio Augusto.
Estando todo el orbe en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del eterno Padre,
queriendo consagrar el mundo con su piadosísima venida, concebido del Espíritu
Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judea, hecho
hombre, de María Virgen: la Natividad de nuestro Señor Jesucristo según la carne.
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